jueves, 22 de noviembre de 2007

LA CREENCIA ES EN SÍ MISMA

Por:
DANIEL PAOLA


UNA NECESIDAD DE DISCURSO

“El arte de producir una necesidad de discurso”, es la frase con la que J. Lacan inicia la clase del 19 de enero de 1972, en oportunidad del Seminario 19, que denominó O peor. Las consideraciones sobre la creencia que voy a ofrecer en este texto, estarán fundamentadas en la lectura de los argumentos emitidos en esa oportunidad.
La necesidad, entiendo, es una referencia a la castración, en tanto es soporte de una ausencia de sentido original, preliminar al pasaje al acto fundante de la existencia del sujeto, según se lee a mi criterio, en el Seminario Lógica del Fantasma. Esa necesidad subyace escondida detrás del mito de la tragedia de Edipo, que S. Freud sistematizara en el así denominado complejo.
Todo mito implica una interpretación de la realidad que es falsa pero a la vez necesaria. La crítica al psicoanálisis aún retumba por este lado, perturbando la creencia en nuestra praxis por la vía de proclamar lo absurdo que sería considerar verdadero cualquier mito, sea el padre de la horda, el deseo sexual de Edipo sobre su madre, o incluso la laminilla lacaniana. La razón de esa falsedad subsiste, porque siempre existe quien cree que la excepción fundada sobre la ausencia psicogenética que se describe en el mito, es verdadera.
En realidad un mito es el sentido de relleno que se impone por la mencionada ausencia primordial, como lugar irreductible de la resistencia a la significación que establece la castración.
La ausencia de sentido es lo que implica al ser vaciado de significación, en tanto el sujeto, siendo falta en el lugar de ser el lenguaje, es quien habita la estructura del inconsciente. No hay para el psicoanálisis sino sentido creado a partir de esta pertenencia irreductible, que en el cuerpo encuentra su existencia. De aquí que J. Lacan planteara en la Lógica del Fantasma que no hay goce sino del cuerpo, como representación de la repetición de esa ausencia de sentido, que invoca el vacío de ser. Frente a esta situación no hay ser que no sea de lenguaje.
Dada esa ausencia de sentido no podría haber discurso que no deba recibir sentido de otro, para que después opere en sí mismo, tras la producción de un cierre. Ya antes J. Lacan había referido en el Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, ese cierre como propio del inconsciente, para implicar la presencia del analista en su tramado y la apertura como su opuesto inevitable en el sostén mediado por la interpretación.
Pienso que J. Lacan, con la palabra significancia, justamente trató, en la mencionada clase del Seminario O peor, de nominar aquello que pertenece por cierre al círculo de pertenencia al discurso.
La necesidad establece el pasaje de sentido de un discurso a otro. El psicoanálisis, por ejemplo, recibe influencia de la psicología, la termodinámica, la filosofía, la antropología, la sociología, la aritmética, la lingüística, la semiótica, la topología, etc.
Desde el momento en que el discurso analítico establece su modalidad, se produce una significancia que cierra la procedencia, dando un singular orden que haría a cualquier psicólogo, fisico, filósofo, antropólogo, sociólogo, matemático, lingüista, semiótico o topólogo, oponerse a conclusiones extradiscursivas, porque no encontrarían sino distorsionados, sus propios conceptos.
La necesidad es para el psicoanálisis lógica del significante, y antes de ser producida es inexistente. El inconsciente existe por la demostración que funda su inexistencia previa a la necesidad del discurso que lo representa. K. Marx es quien se encuentra en el principio del síntoma, por arrojar a la luz la inexistencia de la verdad, si no se considera la alienación del sujeto respecto a los bienes de producción. El síntoma a partir de ese momento se vincula a la verdad.
De esta forma el denominado goce opera siempre que conserve la inexistencia en su fundamentación radical, en tanto retorna del lugar vacío que ha dejado el ser. En este sentido, lo que tiende a demostrar el goce es que no hay más existencia que la metáfora, que a su vez lo hace radicalmente inexistente en el origen.
Pero esa inexistencia no es la nada, es el a posteriori o après coup que demuestra la lógica en la repetición de la necesidad. El après coup da la razón a la inexistencia de una marca que se repite. Por lo tanto, para el psicoanálisis la creencia no podría ser sino creencia en sí misma.
En otras palabras: no hay metalenguaje, sino significación del no-todo que aporta el resultado de la creencia en sí misma denominado falo. Es distinto por lo tanto decir que se repite la nada, que decir que se repite la inexistencia de ser que hace del sujeto estar estructurado como lenguaje.
Es lo mismo decir no hay metalenguaje, que decir que la creencia es en sí misma. El resultado que ha tenido esta producción de sentido en otros discursos, ha implicado muchas veces la forclusión del psicoanálisis como praxis .


LOS HUNDIDOS Y LOS SALVADOS

Escribe Primo Levi, en el capítulo cuatro de su libro Los Hundidos y los Salvados : “…hacía siglos que la lengua alemana había mostrado una aversión espontánea por las palabras de origen no germánico…; por eso el nazismo, que quería purificar todo, le quedaba muy poco que purificar en relación a la lengua.”
La lengua del Tercer Reich, al proponer la sigla L.T.I., vale decir Lingua Tertii Imperii, que habia surgido del filólogo judío alemán Klemperer, hacía una analogía irónica con otras cien (SS, SA…etc) que violentaban cualquier variable del lenguaje que se propusiera en cuanto al intercambio semántico en la lengua alemana. Así es como hubo campañas fascistas contra los dialectos y barbarismos, en directa pretensión de una pureza que no reconocería sino un origen único, en el que se descartarían todas las influencias.
¿Es en ese sentido que todos los discursos corren peligro? Diría que sí. Está en los fundamentos del inconsciente considerar la impureza del sentido en cuanto a su origen, pero esto no obvia que por efecto de la significancia de cierre, el discurso analítico corra el mismo riesgo de transformarse en una jerga propia de los campos de concentración, a la manera que describe P. Levi.
En la Proposición del 9 de octubre de 1967, J. Lacan escribió que el campo de concentración promueve una facticidad demasiado real que se torna mojigata, a diferencia de esa otra facticidad real que logra la lengua.
La jerga que propone P. Levi se puede establecer como facticidad real. En cambio, la que procura la lengua tiene otra alternativa menos terrorífica. Pero el efecto de cierre se encuentra tanto en uno como en otro, aunque los grados sean infinitamente diferentes.
Todo discurso corre el riesgo de cerrarse en una jerga, pero a su vez no vamos a combatir las palabras producidas por la significancia, porque corremos el riesgo de reducir a una nada nuestra producción. Si esto fuera así, habría que justificar todo cada vez que se habla o se escribe y el discurso perdería fuerza hasta agotarse por no delimitar un espacio.
De esta manera no habría que eludir la responsabilidad de decir Otro, goce, sentido, objeto a, transferencia, falo, repetición, inconsciente, pulsión, Uno, síntoma, inhibición, angustia etc. Si se elude la posibilidad de una significancia, se destruye un discurso.
No habría discurso que carezca de jerga. Sería preferible que el analista no desconozca que la jerga también le existe, pero sabiendo su inexistencia original, para estar abierto a la influencia permanente de otros discursos, que a su vez también presentan el mismo problema.
Por lo tanto, propondía que se diga jerga abierta, aunque en su formulación se diga de la contradicción de nombrar la apertura, cuando en realidad el problema proviene de la distorsión que provoca el cierre de la significancia.


LO NEUTRO

El curso sobre Lo Neutro, que Roland Barthes dio en el College de France, se desarrolló durante el año 1978. Considero que por esos años la teoría de J. Lacan se encontraba suficientemente desplegada como para influenciar al semiólogo literario, más allá incluso de la referencia que se pueda apreciar en su lectura .
Me refiero a que la difusión del discurso analítico que ofreció J. Lacan en su Seminario tiene una consecuencia sobre el imaginario del sujeto, debido al fundamento de la inexistencia que subyace detrás del goce, por provenir del vaciamiento del ser que implica el sujeto estructurado como un lenguaje.
Si el goce fracasa y su prueba es la repetición de la marca de una inexistencia siempre descubierta a posteriori, la influencia que establece en el imaginario del sujeto se podría asemejar al contenido de Lo Neutro que R. Barthes define en su Seminario.
Pienso por mi parte que neutralidad es consecuencia de inexistencia en términos de goce, como relevo de un vaciamiento de un ser que se acepta a la letra. Lo neutro no debería parecernos tan extraño para nuestra jerga, si leemos qué quiere decir R. Barthes con esta palabra.
Lo neutro se enlaza al tiempo suspendido que permite no comprender demasiado rápido, porque se hace necesario estar a expensas de lo impredicable. R. Barthes plantea que “lo Neutro querría una lengua sin predicación, donde los temas no estarían fichados (puestos en fichas e inmovilizados) por un predicado”
Para abolir el paradigma sujeto/predicado recurre lo Neutro al adjetivo sustantivado de manera que poniendo un ejemplo, seria dificil de fichar lo húmedo, pero no la humedad. Todo lo que sea dificil de fichar es neutro.
Es obvio que el término sujeto para R. Barthes no es el mismo que para J. Lacan. El semiólogo apunta a algo que nosotros conocemos bien, en términos de nuestra práctica, como imposible. Por tal motivo se ha señalado el obstáculo que es transmitir el psicoanálisis en la Universidad, con la captación fácil del concepto por parte del alumno, que elude el análisis del analista hasta el límite tolerable, porque allí la comprensión es rápida y con pleno desconocimiento del cuestionamiento al concepto.
Para R. Barthes “Lo Neutro se rehúsa a reconocer el trono del concepto…Lo Neutro juega sobre el filo de la navaja…es denegación de lo único” . No se trata de concebir la inexistencia del concepto, sino de no rendirle culto y en todo caso, amarlo, dejando ser atrapado por él. Lo Neutro reconoce la posición servil que necesita el concepto para existir, y así lo denuncia en acto.
La creencia en sí misma, que determina un imaginario formado en la negación del metalenguaje que produce el discurso analítico, no tendría que generar un sujeto con una enunciación en la que el concepto sea el agente amo. El concepto es el objeto a que cuestiona la misma dimensión del concepto y que como tal cae para constituírse en agente.
Según R. Barthes Lo Neutro consistiría en asumir un contacto no explicitado con la muerte, y sobre todo, no teológico. Para el psicoanalista se reemplaza la muerte explícita por otra muerte que se genera en el cruce del sujeto con el significante en el campo de lo simbólico, siempre por venir en un movimiento après coup.
Creo entender que “la extraordinaria audacia de ese Neutro” viene de la belleza inesperada de la metáfora y depende de ella. Para el psicoanálisis creado por J. Lacan, lo inesperado de la metáfora es lo simbólico, donde el sujeto cree por carecer de un ser que no sea de lenguaje.
Por los motivos aquí expuestos, fue que hace unos años me autoricé a titular un Seminario que realicé en la E.F.B.A. con el nombre de Lo Inconsciente, sin la menor intención de arrogarme nada y sin la pretensión de ningún establecimiento conceptual.

LA MELANCOLÍA

El estatuto del deseo, para nuestra praxis, se presenta como la esencia de la eficacia de la transferencia y se encuentra ligado a la intimidad del acto no cualquiera que J. Lacan denominó analítico. El acto a secas en cambio, podría ser cruzar el río Rubicón de César o cualquier otro que signe un antes o un después.
Se necesita que el sujeto subsista en la escena para que el acto sea posible. En esa medida también la jerga pone a nuestra disposición el denominado pasaje al acto, cuando el sujeto desaparece por completo recortando un espacio propio del objeto a que aún no fue puesto en función discursiva. Pero siempre es cuestión de diferenciar acto de acto analítico.
Del deseo al acto analítico, encontramos los analistas la referencia al Otro como campo del lenguaje que determina la sujeción a la letra, en tanto ética de lo posible que no desconoce la ley. Los psicoanalistas no somos juristas, aunque ese campo no nos resulte extraño, porque el deseo produce su propia ley éticamente posible, inscripta en un acto que subvierte al sujeto de un campo de goce que lo aprisiona por desconocimiento de su fracaso.
Como diferencia, un acto a secas no tiene por qué subvertir al sujeto en su campo de goce, ni delimita una ética como sí lo hace el discurso analítico.
Ahora bien, cuando leemos a autores de prestigio, tal vez nos encontremos con sorpresas en lo relativo a este punto. Giorgio Agamben, reconocido filósofo de nuestro tiempo, en su libro Estancias /La palabra y el fantasma en la cultura occidental, parece desconocer que es distinto decir Melancolía según el discurso en el que se lo precise .
Así es como se expresa G.Agamben sobre la Melancolía: “El psicoanálisis parece haber llegado aquí a conclusiones muy semejantes a aquellas a las que apuntaba la intuición psicológica de los padres de la Iglesia”.
Es indudable que el filósofo se refiere al concepto de pérdida sin que se logre saber qué es lo que se ha perdido, que aparece mencionado en Duelo y Melancolía de S. Freud.
Me permito decir entonces que si el estatuto del objeto implica que está perdido desde el inicio, para J. Lacan esta afirmación corresponde a encontrar otro destino para la pulsión que no sea su ineficacia, manifestada de forma paradigmática, según creo, en la melancolía.
Muchos análisis pueden melancolizar, porque la estructura implica ese encuentro y el paciente se desespera para que le ayudemos a encontrar un sentido. Los melancólicos demandan análisis porque sufren y se esperanzan en encontrar la letra que los empuje hacia la pulsión.
Es verdad que muchas veces el analista no puede encontrar un mejor destino, pero no por eso que nuestra práctica puede desembocar en la alabanza de un estado melancólico -como sí hace G. Agamben- que se reconoce por lo insoportable que resulta para el analizante si se experimenta en transferencia.
Así es como se expresa G. Agamben: “…la melancolía no sería tanto reacción regresiva ante la perdida del objeto de amor, sino la capacidad fantasmática de hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable”.
Si el autor se refiere al psicoanálisis, comparándolo con la Iglesia, tendría que tener en cuenta primero que Melancolía y fantasma son incompatibles, y que nuestro estatuto de objeto a es siempre inapropiable.
Plantear por lo tanto la Melancolía como producto de “la manducación canibalesca que destruye y a la vez incorpora el objeto de la libido” , implica ignorar que el concepto se genera por canibalismo, en la medida que el caníbal sólo es après coup de su ingesta y que la incorporación siempre raya en la inexistencia de la que antes hablaba.
Pero sin embargo la lectura de G. Agamben me resulta imprescindible, me influencia, y me devuelve tres conclusiones interesantes: 1) es posible que todo discurso tienda a devorar a otro y eso es precisamente lo que debería evitarse 2) no hay otra posibilidad para la ética del psicoanalista, que aceptar un sentido del sujeto analizante que a él se le escapa, en tanto sólo se interpreta a posteriori 3) la melancolía es un fin posible en la dirección de la cura, si el analista confunde nada con inexistencia y si la estructura lo permite, y 4) así como hay diferencia entre acto y acto analítico, hay diferencia entre la Melancolía que la Iglesia siempre liga a la acidia y esa otra Melancolía, que el psicoanálisis, desde S.Freud, liga a la imposibilidad de existencia de un duelo, en cuanto a la marca de la inexistencia que es la repetición.


LA ÉTICA

Hasta aquí he intentado demostrar por qué el discurso analítico es el precursor del hecho que la creencia sea creencia en sí misma. Esto ha producido conclusiones interesantes del filósofo Slavok Zizek en su libro La Suspensión política de la ética.
Zizek afirma que “todo se convierte en interpretación, el inconsciente se interpreta a sí mismo” y la eficacia del psicoanalista pierde eficacia simbólica dejando intacto al síntoma en la inmediatez de su “goce idiótico”.
Es indudablemente cierto que los psicoanalistas tenemos un problema con el concepto de síntoma hasta el extremo que J. Lacan, ha denominado sinthome a lo radical de su existencia de sentido en la pasión imposible de reducir.
Pero que S. Zizek escriba que “lo que ocurre en el tratamiento psicoanalítico es estrictamente homólogo a la respuesta del skinhead neonazi” , porque tanto uno como otro apela a la decreciente movilidad social, a la inseguridad en aumento, a la desintegración de la autoridad paterna, y a la ausencia del amor maternal como legitimización ideológica, merece un momento de reflexión.
Nuestro campo de concentración marcado por el discurso analítico, señala dos razas, una de hombre y otra de mujer. Se podría decir siguiendo a J. Lacan en L´Etourdit, que ese es nuestro aporte inevitable. Pero la diferencia es que nadie podría en el curso de un análisis decir que es hombre o que es mujer sino es en función del falo, y esto entonces termina por romper ese campo de concentración inicial.
El campo del discurso analítico no sólo es cierre que determina la presencia-resistencia del analista ó la significancia de su jerga, sino tambien la apertura que rompe el campo de concentración de lo real a secas.
Que el analista se encuentre convocado a generar mitos; si bien es inevitable, indudablemente provoca errores de interpretación sobre nuestra práctica. Tal vez haya llegado la hora en que nuestra praxis se encuentre en la obligación de hacer silencio, en lugar de entrometerse con lo social.
Porque para hablar por fuera de la transferencia no se producen sino mitos que rellenan de sentido la ausencia primordial. Mi hipótesis señala entonces, que no habría más posibilidad que errar al producir extensión del psicoanálisis y vérselas con el fracaso. El goce fracasa desde el inicio hasta el final y allí se encuentra la fuente constante de la pulsión.
Nuevamente, no sería posible que hubiera podido sustentar esta idea, sin que S. Zizek me hubiera recordado del problema que presenta el psicoanálisis, por lo inefable que resulta la transmisión de la presencia del analista en la producción inconsciente mediatizada por la transferencia.


DISTORSIÓN Y CIERRE

Sobre esta ausencia primordial de sentido el filósofo Ernesto Laclau, en su libro Misticismo, Retórica y Política, nos acerca interesantes conclusiones sobre el tema que incumbe en la actualidad a diferentes discursos sociales.
Parto de la idea de aceptar que hay cuatro discursos para el psicoanálisis. Pero esto no impide saber que otros se sirven del término discurso de manera diferente de como lo ha hecho J. Lacan.
Así es como expresa E. Laclau el problema, que he intentado presentar: 1) todos los discursos que organizan las prácticas sociales están al mismo nivel y son a la vez, inconmensurables los unos con los otros 2) nociones tales como “distorsión” y “falsa representación” pierden todo sentido
Por tal motivo la lectura que E. Laclau, establece también que no habría ningún fundamento extradiscursivo para formular una crítica de la ideología. En otras palabras, declara que este tiempo post-moderno se caracteriza por la falta de metalenguaje. Hasta aquí, el psicoanalista tendría que coincidir con su apreciación.
Pero a diferencia de Laclau, es indudable que los analistas lacanianos compartimos esta afirmación con la suposición que este salto epistemológico sea perdurable.
La distorsión, que antes intenté definir también en nuestros términos de discurso, no es abandonada, afirma E.Laclau, “sino que pasa a ser la herramienta central en el desmantelamiento de toda operación metalingüística”.
Pero para el psicoanalista, la herramienta de desmantelamiento es el inconciente que distorsiona por la existencia del sujeto cualquier objetividad posible.
De esta forma la idea de cierre discursivo pasa a ser la forma más alta de no-reconocimiento para E. Laclau. “Si el sentido original es ilusorio y la operación distorsiva consiste en crear esa ilusión” , esto es como decir que “la operación de cierre es imposible pero al mismo tiempo necesaria” .
Creo que estoy de acuerdo. Toda operación de cierre discursivo es imposible, porque no hay discurso que no reciba de otro su propio mensaje en forma invertida, y además es necesario, en tanto es imposible, desprenderse del cierre como concepto.
Pero aquí la posición de Laclau se encuentra en posición crítica respecto del concepto de cierre, mientras que para el psicoanalista, sin ese cierre no hay actividad inconsciente en discurso porque se trata de la presencia-resistencia del que se encuentra como agente generando interpretación.
Así como reconozco la filosofía y la cierro en mi discurso analítico con otra forma, pero sin desconocerla, también el inconsciente es cerrado en el discurso filosófico y distorsionado, según creo, de otra forma: “la encarnación de un objeto imposible en un cuerpo particular que no pasaría a través de una relación equivalencial entre particularidades, implicaría la atribución arbitraria de un nuevo sentido a un termino que lo precede, con el resultado de que entre los dos sentidos habría una simple relación equívoca…”
Por lo tanto mi hipótesis en este párrafo se refiere a demostrar cómo el inconsciente penetra en otros discursos, como lo hace en E. Laclau, y es distorsionado.
Porque por nuestra parte deberíamos responder que: 1) el objeto imposible al que Laclau se refiere es el objeto a, 2) el cuerpo es el del síntoma del analizante en el cuerpo del analista durante la transferencia; 3) la interpretación no es una cuestión fálica de equivalencias; 4) el nuevo sentido es el equívoco como lapsus del inconsciente, que llevaría a un nuevo discurso.
Como se podrá apreciar, nos vuelve invertido el problema del reconocimiento que J. Lacan hizo pasar por la cuestión de la nominación. Es preciso nominar como acto creador de sentido, porque el no-reconocimiento es el precio que se paga siempre. Hay distorsión, y todo discurso la sostiene.
Es cierto que existe el no-reconocimiento que Laclau denuncia, pero con el psicoanálisis la cosa es peor, porque hay evidencia, como nos demostró de inicio J. Lacan, de que se lo forcluye
E. Laclau produce una forclusión del inconsciente en su obra, que va más allá del no-reconocimiento, porque en su misma característica, la dimensión del lapsus, se origina en una plena falta de sentido, y eso se transmite.
Pero no por eso los psicoanalistas tendrían que callar una verdad en cuanto una cosa es el no-reconocimiento y otra la forclusión. El inconsciente puede forcluirse, no solamente en la ciencia. Todo discurso puede hacerlo por igual. Incluso el mismo discurso analítico puede, entonces, forcluirse a sí mismo.
La falsa representación, el otro término en cuestión, apunta en E. Laclau al sentido objetivo de la ideología, en tanto se presencia en la actualidad su colapso. Al mismo tiempo, la dimensión del sujeto estructurado como un lenguaje, ordena un discurso del analista en el que la ideología colapsa en forma necesaria como un sistema absoluto, porque no hay sino falta de objeto.
La diferencia es que, para sostener esta falsedad ideológica, el psicoanálisis cuenta con el encuentro de la repetición para hacer un viraje de la nada a la inexistencia.
A diferencia de la filosofía de E. Laclau, el colapso de la ideología, para el discurso del psicoanálisis, se sostiene si el sujeto puede fundar una existencia del inconsciente a posteriori, capaz del encuentro con un sentido nuevo (en tanto real), aunque sea ilusorio por no poder desprenderse de ser imaginario.
E. Laclau me brinda la oportunidad, con su brillante retórica, de volver a pensar en el discurso analítico y descreer que sería el único que podría forcluirse. Todos los discursos, en última instancia, no cesan de no incribirse en otro por efecto del fenómeno de cierre.
Habría una forclusión para toda constitución discursiva, que J. Lacan denominó de sentido en el Seminario Le Sinthome. Pero una cosa es el reconocimiento del no-reconocimiento, y otra la forclusión no reconocida.


EL LENGUAJE

-“¿A qué llamado responde el lenguaje?”- pregunta Pascal Quignard en su Retórica Especulativa . En su obra nos presenta a Marcus Fronton, consejero del príncipe M. Aurelio, quien aproximadamente en el año 139 escribió: “La metáfora al transportar la imagen que soporta el objeto hacia otra, la torna más ligera y la hace menos aguda al multiplicar su visión. Esa translatio es similar, gracias al lenguaje, a lo que le sucede a quienes llevan un pesado fardo sobre el hombro, cuando hacen pasar la carga del hombro derecho al izquierdo, y el cambio parece un alivio”
Se trataría, para P. Quignard, de una suerte de fermentación de las metáforas, conducente al “viraje rápido” y “la agilidad del cuerpo de la frase para darse vuelta” , para admirar lo inesperado y sorpresivo y hacer del lenguaje una “ráfaga, como potencialidad nunca fijada” . También agrega: “dentro de la devoción al lenguaje, nada permite detenerse en un efecto del lenguaje y considerarlo como la fuente del lenguaje”
De esta forma, siempre según P. Quignard, el lenguaje no podría detenerse en una voz, ni en una lengua, ni en un libro, siendo por lo tanto un constante alivio si se libera a la palabra de su peso y no se toma al lenguaje como totalidad.
Leo a este autor como si fuera un poeta. Pero como diferencia, es preciso insistir en que el psicoanálisis reduce el arte a la necesidad de su discurso. En otras palabras, el psicoanálisis no es un arte en sí mismo, como sí podría serlo la poesía.
Para el psicoanalista, la voz se detiene en el concepto de pulsión invocante, el lenguaje no existe sin lalengua, y el Inconsciente no existiría sin la Traumdeutung.


fuente: efba

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