viernes, 7 de diciembre de 2007

Entrevista a Jacques-Alain Miller

Cómo una campaña sobre la depresión demuestra la incapacidad presidencial para aprehender lo real. Una entrevista con el filósofo y psicoanalista Jacques-Alain Miller.


« Si la tristeza es una enfermedad, entonces la humanidad es una enfermedad »


"Quiero hablar de la depresión, de la mirada que la sociedad tiene sobre este sufrimiento que no es material. Quiero comprometer a la investigación médica francesa en el alivio de este mal" declaró Nicolas Sarkozy el II de febrero último en un discurso en la Mutualité. Hace algunas semanas, el ministerio de Salud lanzaba una campaña sobre la depresión. Se le preguntó a Jacques-Alain Miller lo que pensaba sobre ello.
Filósofo, psicoanalista, es responsable de la publicación de los Seminarios de Lacan. Jacques-Alain Miller fundó la Asociación mundial de psicoanálisis (AMP) y dirige la revista Le Nouvel Âne cuyo último número está consagrado a una crítica virulenta de la campaña contra la depresión iniciada por el ministerio de Salud. Puesto que si existen formas graves de "enfermedad del alma" - que se la llame como en otro tiempo melancolía o que se la vulgariza hoy bajo el término "depresión" - es grande la tentación de considerar la menor fatiga, tristeza o pequeña caída existencial como patología que hay que curar con urgencia antes de volver a partir hacia el combate...


CHARLIE HESBDO: ¿Que piensa usted del combate presidencial contra la depresión?

Jacques-Alain Miller: Que el presidente es un hombre de buena voluntad. Que admite que el sufrimiento psíquico no es material, no es objetivable. Pero, porque no está bien aconsejada en este tema, pone todas sus esperanzas en la medicina sin pensar en el psicoanálisis. Está mal aconsejado, o piensa profundamente que la investigación médica puede curar la depresión?
¿Quien quiere erradicar médicamente la depresión? La burocracia sanitaria internacional. Ella ha logrado poner al servicio de esta idea loca a las autoridades políticas de un número considerable de países desarrollados. Nicolas Sarkozy está influenciado, como lo está la mayoría de los franceses, por el intenso lobbyng de una parte del establishment sanitario nacional, que se ejerce en el sentido cognitivista y farmacéutico.


“Si uno no se quiere deprimir, hay que asumir la verdad.”


¿Pero como explicar este interés del Estado, del poder por nuestra salud?

No es de hoy. La Seguridad social data de 1945. Mucho antes, desde los comienzos de la época moderna, el poder va ineluctablemente hacia el biopoder, Michel Foucault lo demostró. Actualmente, la salud es en Francia un problema agudo para todos los gobiernos que se suceden, en razón del famoso "agujero de la Segu". Todo un pequeño pueblo de expertos trata de "racionalizar" el sistema. (Instituto nacional de la prevención y de la salud (INPES) , creado en 2002, se llevó brillantemente la palma con su campaña antitabaco, y en la lista de sus próximas víctimas, inscribió a la depresión. Pero si los perjuicios del tabaco tienen una cierta objetividad, no es el caso con la depresión, todo depende de la definición que usted dé de ello. Con una de ellas, ustedes pueden demostrar que el 95% de la población está afectada.

¿Cuál es esa definición?

95 % de la gente conoce una media anual de seis episodios de tristeza y de pérdida de la estima de sí. Si se decide medicalizar todo esto, entonces el crecimiento exponencial del número de depresivos se explica. No es extraño que la OMS prediga que, en 2020, la depresión será la segunda causa de invalidez en el mundo después de las enfermedades cardiovasculares. Riamos! Lo que es grave sin embargo, es que el consumo de antidepresivos, que había bajado, va a explotar nuevamente. Francia es el país que consume más psicotrópicos en el mundo.

¿La campaña depresión corre el riesgo de acentuar este fenómeno?

Está en Molière, El enfermo imaginario, o Knock: INPES persuade a la gente que si están tristes, es porque están enfermos, y los incitan a tragar medicamentos. Lo que era considerado antes como un mal momento que había que pasar, una caída anímica, un duelo difícil, es desde ahora en más "una enfermedad". El folleto depresión, difundido en millones de ejemplares, es una tentativa de adoctrinamiento masivo, perfectamente irresponsable, la ambición es remodelar vuestras emociones más intimas. Es un "alien" que se insinúa en lo más profundo de ustedes - incluso para sabotear todo lo que ustedes sienten. Los obliga a interpretar vuestros sentimientos más humanos en el sentido de la enfermedad


¿Usted cuestiona a la Industria farmacéutica?

En todo el mundo desarrollado, la influencia ideológica de los laboratorios es enorme. Esto no me indigna: es una industria, debe hacer frente a la competencia internacional, maximizar sus partes de mercado, y por lo tanto luchar ante los poderes públicos, formar a la opinión pública, convencer a todos que tragar sus productora, es necesario, hace bien. Nada más normal, más lógico. Pero entonces, es necesario poder oponerles contra poderes, que hagan barrera a sus excesos de celo. Tenemos que vérnosla con un fenómeno de la civilización.


¿De qué fenómeno se trata?

El hombre contemporáneo se piensa a sí mismo como una máquina. Si esto no funciona, es que disfunciona, y debe haber un tratamiento hiper rápido. Se cree, que normalmente, tenemos derecho a la euforia, a la píldora de la felicidad. Es ciencia ficción realizada. De ahora en más se enseña la ciencia de la felicidad en Gran Bretaña y en Alemania, Lord Layar, economista distinguido, ex consejero de Tony Blair, el papa de esta nueva ciencia, considera que la depresión es uno de los frenos principales para el crecimiento económico.

¿Terminar con la enfermedad, no es un medio de relanzar el crecimiento?

Pero la tristeza es inherente a la especie humana. ¡Si es una enfermedad, entonces la humanidad misma es una enfermedad! es muy posible que seamos una infección del planeta. Era por otra parte la idea de Lacan. Desde el origen de los tiempos, nos destruimos a nosotros mismos, y nuestro entorno por añadidura. Si queremos curar esto, entramos en la biotecnología, se va a tratar de producir otra especie, mucho mejor. Una especie asexuada y muda. ¡En ese momento, nos portaremos como es debido!


¿Cuando uno está deprimido, se porta mal?

Uno se deprime cuando está enfermo de la verdad. Si uno no quiere deprimirse, hay que asumir la verdad, su verdad. Me tocó la frase de Cecilia que fue tapa de una revista en el momento del anuncio del divorcio. "Quiero vivir mi vida sin mentir" Este es el antidepresivo más poderoso.

Sarkozy fue víctima de la repetición intoxicante sobre la depresión.


¿Nicolas Sarkozy es depresivo?

Fue, por el contrario la víctima de esta atmósfera de intoxicación en torno de la depresión. Recuerde esas fotos que lo mostraban con los ojos vidriosos, mal afeitado luego del anuncio de la separación. Es una intoxicación. Este tipo, es una dínamo, que toma la realidad, la sacude, busca el problema y promete la solución. Es una primicia. Con Miterrand, era la moral del final del Cid: "Deja hacer al tiempo, tu valentía es tu rey". Con Chirac, era la Corrèze, el padre Queuille: "No hay problema que una ausencia de solución no podría resolver" Y el sarkozismo, es un bello esfuerzo, pero no va a andar. ¿"Juntos, todo se vuelve posible"?

Primeramente, Sarkozy debió constatar que, en su "juntos" con Cecilia, no todo fue posible. Y luego, va a descubrir que, la realidad es una buena hija, su plasticidad no es infinita: ella no se deja hacer sino lo que le gusta. Lo real hace barrera. Ya sea que uno se choque con ella, o que se busque la mejor manera de hacer con eso. Y en este mes de noviembre, vemos los esfuerzos prodigiosos de nuestro Hércules político hacer agua por todas partes. Esperemos que se despierte...


PALABRAS RECOGIDAS POR HÉLÈNE FRESNEL

(Acompañan la publicación dos dibujos que ocupan casi la totalidad de la página 12. A causa de su peso excesivo, no pueden acompañan el texto. Estos dibujos son comentados por JAM, en su Curso del miércoles 21 de noviembre)


Traducción: Silvia Baudini

TLN agradece vivamente a Mlle Rodriguez, Secretaria del CPCT-Paris, a su Director, Fabien Grasser y a Pierre Sidon.

Fuente: AMP

¡Uy, me olvidé de casarme!

Por: Irene Meler*

“Nos encontramos ante un desorden de las pautas del cortejo”, señala la autora, en el marco de situaciones como “la posibilidad de demorar la edad del matrimonio”; “la desidealización de la alianza conyugal” o “la tendencia hacia la búsqueda ‘racionalizada’ de un o una compañera adecuada”


Asistimos a un nuevo tipo de consulta, donde mujeres jóvenes, atractivas, educadas y exitosas, recuerdan de pronto que el tiempo pasa y... ¡han olvidado que debían casarse! Esta postergación del propósito de constituir una pareja estable y de tener hijos revela hasta qué punto el vínculo amoroso, pese a los reclamos manifiestos, ocupa un espacio psíquico secundario en el sistema de ideales propuestos para el yo de las nuevas mujeres. Vemos, entonces, una modalidad de malestar cultural propia de la modernidad tardía. Hoy en día, los jóvenes educados e insertos en el mercado laboral coinciden, en términos generales, en considerar que su construcción como sujetos socialmente autónomos es una prioridad con respecto al establecimiento de relaciones amorosas. En el caso de los varones, esta tendencia no hace sino continuar con un criterio que ya estaba en vigencia a comienzos del siglo XX. Un hombre debía formarse e insertarse en el mundo social y productivo, antes de decidir que estaba en condiciones de casarse y de tener descendencia. Lo novedoso es que hoy muchas mujeres elaboran, de modo implícito, un proyecto de vida semejante. La construcción de una subjetividad compleja, apta para competir en el sofisticado mercado de las empresas transnacionales, lleva tiempo y esfuerzo.

La tendencia hegemónica en el capitalismo contemporáneo, si bien ha incorporado a las mujeres al mercado, consiste en una universalización del estilo subjetivo masculino. Encontramos una liberación femenina cuyo costo ha sido resignar los ancestrales valores de la feminidad para incorporarse, aunque sea como socias menores, al club androcéntrico. Esta integración tiene un aspecto jubiloso, en tanto implica superar el estatuto subordinado de las abuelas y de algunas madres, pero también ocasiona problemas subjetivos e interpersonales inesperados.

Las parejas modernas, las que se unieron hasta la década de 1960, estuvieron sostenidas, en gran medida, por la mistificación del amor por parte de las mujeres. Durante la modernidad, mientras que el trabajo fue el gran asunto de los varones, el amor era preocupación central de las subjetividades femeninas. Esta actitud no resulta sorprendente, ya que la ubicación social de las mujeres dependía por partes iguales de su nacimiento y de la alianza conyugal que lograran concertar. El camino de los logros personales estaba cerrado, y conquistar a un varón exitoso hacía de ellas “la esposa del doctor, del ingeniero o del empresario”, una forma de compartir el estatus alcanzado por el marido, cuya carrera sostenían con convicción, ya que formaba parte de una sociedad conyugal indisoluble. Si bien todavía existen muchas parejas establecidas sobre este tipo de contrato (Ana María Fernández, La mujer de la ilusión, 1993), se observa que tienden a desaparecer.

El correlato de la dependencia social y económica de las mujeres que integraban aquellas parejas que he denominado “tradicionales” (“Parejas de la transición. Entre la psicopatología y la respuesta creativa”, revista Actualidad Psicológica, 1994) fue la idealización de la masculinidad y la estructuración de un proyecto de vida cuyo eje era seducir y retener a un marido. Emilce Dio Bleichmar (El feminismo espontáneo de la histeria, 1985) señaló que tener un hombre exitoso, o al menos algún hombre, fue un ideal central en el sistema de ideales del yo de las mujeres tradicionales.

En ese sistema simbólico, los varones deseaban a las mujeres, pero sus reaseguros narcisistas derivaban del grupo de pares: sus referentes eran los otros varones. Un líder político o un empleador exitoso que abriera oportunidades laborales podía (y aún puede) gozar del mismo tipo de lealtad y admiración, por parte de sus seguidores, que aquella que las mujeres dedicaban a sus compañeros. Mientras que ellas eran “mujeres de un solo hombre”, ellos eran “hombres de...” tal o cual líder político o económico.

El amor se nutría, tal como lo describió Freud (Introducción al narcisismo, 1914), de la satisfacción de las grandes necesidades vitales. Los sujetos hegemónicos se mostraban remisos a comprometerse, ya que su capital simbólico (Pierre Bourdieu, El sentido práctico, 1980) era elevado. Las mujeres, bien lejos de la inaccesibilidad narcisista descrita por Freud en 1914, sostenían la institución conyugal con su dependencia y con la idealización de su proveedor.

Pero llegaron los tiempos del desencanto. En la llamada posmodernidad, los dioses han caído, pese a los espasmódicos intentos fundamentalistas por reciclar su culto. Este proceso puede abrir un camino hacia una existencia social menos mistificada, pero sin duda entraña riesgos que han sido descritos por Dany-Robert Dufour (El arte de reducir cabezas, ed. Paidós, 2007) como “desimbolización”.

Los ideales laicos que consistían en utopías de paridad social se han revelado difíciles de alcanzar. El mundo del mañana se parece de modo algo siniestro al de ayer, en tanto las relaciones de dominación, de explotación y su versión innovadora, la exclusión, continúan generando pobreza. Un correlato de esta situación se observa en el campo de las relaciones amorosas. El lema de las mujeres anarquistas, “Ni Dios, ni patrón, ni marido”, parece cumplirse, y como todo sueño, presenta en ocasiones ribetes de pesadilla.

En algunos casos, la estrategia para superar la amenaza de soledad es una especie de reciclado de la subordinación de género acotada al ámbito privado. Así como algunas jóvenes disimulan sus credenciales universitarias a la hora de seducir, al elegir pareja impostan una dependencia que no existe de modo efectivo; y aceptan varones con menores atributos fálicos de lo que sus aspiraciones demandan. He planteado que las relaciones tradicionales entre los géneros pueden modificarse con mayor facilidad en el ámbito público y que, por el contrario, es en el terreno de la intimidad amorosa, de la constitución del deseo, donde el nexo entre erotismo y dominación resulta más resistente al cambio (“El ejercicio de la sexualidad en la posmodernidad. Fantasmas, prácticas y valores”, en Psicoanálisis y género. Debates en el Foro, Lugar Editorial, 2000). Esto se expresa en lo que comúnmente se denomina “una cierta necesidad de admiración hacia el varón”, que sustenta el deseo femenino. Pero admirar no es tarea fácil para mujeres que han obtenido considerables logros personales y que encuentran varones severamente fragilizados.

En efecto, la masculinidad contemporánea atraviesa por una de sus crisis periódicas (Elizabeth Badinter, XY La identidad masculina, ed. Alianza, 1993): la retracción del empleo y las transformaciones del mercado laboral han afectado de modo adverso las ocupaciones masculinizadas. Los emblemas fálicos de los varones resultan insuficientes, a lo que se suma que la apreciación de las jóvenes sobre los logros masculinos se genera desde una experiencia donde las realizaciones educativas y laborales ya no parecen metas inaccesibles para ellas.Nos encontramos entonces ante un desorden de las pautas del cortejo, o sea de la articulación moderna entre dominación masculina y producción de deseo.

En relación con la disminución de la presión social hacia la conformidad, la creciente aceptación de la diversidad que abre la posibilidad de demorar la edad del matrimonio, y la desidealización de la alianza conyugal, se observa una tendencia hacia la búsqueda racionalizada de un o una compañera adecuada. Es lo que François de Singly ha denominado “un nuevo matrimonio de razón” (“Un nouveau mariage de raison”, Dialogue Nº 77, 1982). Ese autor observa en los jóvenes franceses una sucesión de convivencias ensayadas a título experimental, tendencia que se encuentra también entre nosotros. Si los integrantes de la pareja no se sienten satisfechos, esa relación caduca y se busca otro ensayo, con el objetivo de encontrar, finalmente, una persona adecuada para formalizar un proyecto en conjunto. Una vez cuestionado el prestigio del amor-pasión, se reflota así la racionalidad para la elección de pareja. Pero esta vez no se trata de una razón patrimonial, ni, como en tiempos premodernos, de aportar para el engrandecimiento del linaje. Los individuos posmodernos intentan ser razonables como una estrategia para evitar los traumas derivados de las rupturas amorosas, con los que estos hijos de la generación del divorcio se han familiarizado (en su sentido más literal).

Los fracasos conyugales de la generación de sus padres los han traumatizado y ellos son cautelosos a la hora de comprometer sus afectos y desplegar ilusiones. No es necesario que haya existido un divorcio maligno entre sus padres. En muchos casos, la experiencia de amigos o parientes basta para alertar a esta generación contra los padecimientos derivados de las ilusiones totalizadoras, y el odio que con frecuencia surge cuando éstas claudican. La reserva puede derivar en ocasiones en una actitud especulativa, donde las consideraciones sobre las dotes físicas de los candidatos o candidatas se unen con reflexiones sobre la familia de origen de la posible pareja, su salud mental, su situación económica y su prestigio. Cuanto mayores sean los logros personales en la educación y en el trabajo, más caro se vende el sujeto en el mercado matrimonial. Esta tendencia se observa sobre todo entre algunos jóvenes varones exitosos, que requieren un proceso terapéutico que los ayude a superar, ya no, como antes, la represión del deseo sexual, sino la desestimación del afecto.

Esta dificultad para el vínculo amoroso que se puede observar en lo que constituye el sector central de las generaciones jóvenes, o sea aquellos que están calificados, insertos en el sistema y que pueden considerarse de algún modo privilegiados, parece manifestación de una civilización desencantada, que ha obtenido y continúa logrando sorprendentes progresos tecnológicos pero que aún no ha perfeccionado las tecnologías para la construcción del sí mismos y presenta un serio déficit en el refinamiento del lazo social. Los nuevos individuos son, como ya decía Winnicott (ob. cit.) un logro histórico. Cornelius Castoriadis (Psicoanálisis, proyecto y elucidación, 1998) también consideró el sujeto autónomo como una producción social-histórica no siempre presente. Emergiendo de las identidades colectivas que caracterizan a los pueblos llamados “primitivos”, los nuevos individuos disfrutan de un mayor margen de reflexividad y de voluntad. Como cada época presenta sus formas particulares de malestar cultural, el que nos toca vivir pasa por un extravío de la individuación: el individualismo extremo.

Tal vez, cuando aumente la masa crítica de mujeres que participan en todas las áreas de la experiencia social, sea posible superar la hegemonía del logos masculino. La experiencia ancestral de los trabajos de relación, que ha caracterizado a las mujeres en función de su inserción en el parentesco y del ejercicio de la maternidad, podría, entonces, ser incorporada al imaginario colectivo.

* Presidenta del XI Congreso Metropolitano de Psicología, que la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires efectuará en julio de 2008. Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA).


Fuente: pagina 12

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