miércoles, 3 de abril de 2013

¿ Qué se espera del análisis y del psiconalista?




Hay una cosa que me interroga y que al principio de mi práctica me sorprendió mucho, es el hecho de constatar que algunos sujetos temen mucho lo que piensan que podrían descubrir en un análisis. Al principio de mi práctica, debo decir, que eso me sorprendía mucho. Yo suponía que descubrir era una ganancia, pero con el tiempo entendí que uno debía tener cuidado, porque quizás, el inconsciente del sujeto le puede dar la intuición de que lo que va a descubrir no es tan placentero.

Voy a tomar el problema del lado del analista. Creo que desde el punto de vista ético, podríamos hacer una definición bastante inquietante de lo que promete el psicoanálisis, ¿Por qué? porque en realidad si comprendemos bien lo que llamamos, el acto analítico, podemos decir que hay una violencia del acto analítico (…) Quiero desarrollar un poco este tema, porque creo que es necesario que los analistas tomen la medida de esto. ¿Cómo se presenta la violencia del acto analítico a la entrada del análisis? Recibimos un sujeto que sufre, en todos los casos. Nunca vemos entrar en análisis a un sujeto que no sufre. Siempre se trata de alguien que sufre lo suficiente como para pensar que no puede continuar así y que debe corregir algo, hacer un esfuerzo para corregir algo. Un sujeto que sufre y que padece de cosas sobre las cuales él no puede hacer nada. Puede llegar sufriendo de cosas que se le imponen, o del lado de la inhibición –aquel que quiere hacer alguna cosa y no lo logra–, o bien al contrario, del lado de la compulsión –aquel que padece de cosas que no quiere hacer pero que no puede no hacer–.

Entonces, recibimos a este sujeto que padece de algo, que lleva una carga sobre sus espaldas. Hay una posición, un axioma casi, en el dispositivo que fue inventado por Freud, no por Lacan, por el que todo el dispositivo le devuelve un mensaje implícito: “tú eres responsable”. En efecto, un sujeto que llega y que padece de algo que percibe él mismo como extranjero, extraño, ajeno a él mismo... Freud al principio le invita a hablar, lo que significa: vamos a encontrar la causa en ti mismo. Y es verdad que esto es violento, es algo que va totalmente a contrapelo de la espera, de cuidado del analizante.

Entonces, a este sujeto que sufre lo cargamos además, del peso de responder. Lo cargamos implícitamente en el dispositivo, –por supuesto no le vamos a decir cuando llega “eres responsable” porque si no se escaparía– (…) Lo que llamo la violencia del acto a la entrada... algunos sujetos la perciben y no entran, pero generalmente no se percibe; y creo que no se percibe porque se encuentra encubierta por la transferencia.
La transferencia, precisamente introduce al paciente en una cierta ilusión, en una cierta espera. Voy a precisar lo que defino como ilusión, no se trata de la eficacia de la transferencia –está claro que sin ella no habría análisis–, sino de la transferencia en tanto ella introduce al paciente generalmente al principio, a la idea de ser cuidado, de ser tomado en cuenta. ¿Cuál es quizás la mejor manera de cuidar a un sujeto? Tomarlo en cuenta. Esto es un efecto casi automático. Al principio, basta escuchar a alguien –escuchar digo ¿eh?, no dialogar–, es decir acoger su palabra, lo que pueda decir, lo que sea. Basta esta acogida para que el sujeto se perciba cuidado, a veces el paciente percibe que ha llegado como dicen algunos, “a su lugar”, “finalmente llego a mi lugar”, “finalmente” se escucha decir... al principio del análisis.

Allí podemos leer el efecto de enamoramiento de la entrada. Freud decía que hay una razón estructural que nos permite entender el enamoramiento de la entrada en análisis. Hay un enamoramiento de entrada porque el sujeto tiene la idea de que el analista le da un espacio que no se encuentra en ninguna parte en la vida, ninguna (…)

En el encuadre de la relación amorosa se intenta desarrollar una cierta circulación de palabra, pero sabemos bien que cada uno habla su idioma, un idioma sin traducción, un idioma, finalmente, del fantasma de cada uno, de los dos, y no necesita mucho tiempo la relación amorosa para que cada uno empiece a sospechar que habla solo... que el otro a pesar de sus esfuerzos, no lo ve, no lo entiende; o no la ve, no la entiende. Lo que digo produce risas, pero no es gracioso, más bien es patético.

No es una exageración decir que sólo en el dispositivo analítico se da el espacio a un sujeto para que desarrolle su palabra. No va más allá…digo que no va más allá, porque el amor de transferencia del principio disimula el hecho que en el análisis ¡más que en otra parte!, el que escucha no escucha lo que el sujeto quiere decir.
Es decir que hay algo del engaño bajo el encanto de la transferencia. El que escucha, el analista, escucha con la perspectiva de interpretación. Es decir, una perspectiva que intenta captar, cernir, lo que el sujeto mismo no sabe que dice, no sabe qué significa, y quizás no quiere significar tampoco. En el transcurso del análisis encontramos muchas veces, pacientes que pueden decir: ¡pero usted no me entiende!
Hay un hiato entre la intención de la palabra del analizante y la intención de la interpretación. Esto constituye otra forma de la violencia del dispositivo analítico; es decir más empuje a contrapelo si se trata de un análisis. ¿A qué apunta la posición interpretativa? Hay muchas fórmulas en la historia del psicoanálisis, y lo podemos formular de diversas maneras, podemos decir como decía Freud: revelar el inconsciente, la interpretación apunta a revelar el inconsciente, lo que el paciente no sabe.

Entonces, eso también genera una cierta violencia que los sujetos experimentan más o menos según cada uno. Es violento empujar, casi obligar a alguien que no quiere saber... a saber. Y eso no es una sugestión del discurso común, es un efecto que intentamos producir realmente.
Es por eso que Lacan habla –y es algo sorprendente– del horror del acto analítico, del horror frío del discurso analítico. Puede parecer sorprendente, sobre todo cuando hay un gran entusiasmo por el psicoanálisis.
Creo que aquí hay un gran entusiasmo por el psicoanálisis, más que en la vieja Europa. Recuerdo un colega que me decía: “No entiendo qué quiere decir con el horror frío del acto analítico.”

Se necesita un tiempo de práctica, el analista que empieza no lo percibe todavía. Porque el psicoanalista que empieza está tomado en su preocupación para hacer bien lo que debe hacer un analista, y para verificar que lo puede hacer... se encanta todavía con los efectos terapéuticos y se maravilla en verificar que lo que funcionó para él, funciona en otro... que hay producción, desciframiento de formación del inconsciente, producción del inconsciente. Entonces, al principio hay algo que quizás disimula... 10 años después, 20, 30 o 40 años después… se percibe otra cosa.
Se percibe donde empuja el dispositivo. Y es así que entiendo la expresión tan fuerte: “el horror del acto”. Lacan mismo la comentó y es así que la podemos entender, hablando del hecho que cada sujeto en un análisis debe haber –lo dice así, traduzco– cernido su horror propio de la castración. No el horror general, sino su horror propio, es decir, como para él, en su singularidad de ser hablante, se presentan la castración y la exigencia indomable de goce. Aquí utiliza la frase: “su horror propio”, y considera que haber cernido este punto es una condición para producir un analista.

Ahora por supuesto, voy a continuar hablando de lo inquietante del discurso analítico. Por supuesto, el análisis genera una violencia, para obtener algo, y es por eso que creo que el problema del final del análisis, –no en el sentido sólo del momento en el cual se detiene el proceso, sino en el sentido del resultado para el sujeto– es algo capital para todos los analistas.
¿Por qué ejercemos esta violencia del acto analítico? Tenemos firmes razones, pero que quizás no se perciben antes del final verdadero. Creo que se trata del hecho que el acto analítico es el único acto, –después podemos examinar los tipos de acto que existen– del cual el beneficio no va al agente del acto. El beneficio del acto es para el analizante, no para el analista, para el analizante que logra su identidad, lo digo así, su identidad de separación. Al analista que ha trabajado a contrapelo, y para eso se necesita un deseo específico para hacerlo, al final nada le vuelve del beneficio del acto. El beneficio es para el analizante (…) Entonces digo que, dejando de lado los productores de la teoría, realmente, en cuanto al acto analítico, el agente del acto, el analista cualquiera, es un analista anónimo. No anónimo para sus pacientes, pero anónimo en el sentido de que el beneficio del acto va del otro lado, del lado del analizante. Por eso hay una frase de Lacan realmente interesante: “El ruido... –quiere decir, el ruido mediático–, el ruido no conviene al nombre del analista”. Creo que apuntaba a este punto, un analista puede ser totalmente un desconocido salvo en los ambientes profesionales, incluso muchos pueden no producir libros, charlas, etcétera, y ser buenos analistas en el acto.

Entiendo al analista como el desecho de la operación, en tanto ese beneficio no se devuelve del lado de su nombre.
Y en realidad creo que eso, quizás, es algo más insoportable ahora que 50 años atrás, o 100 años atrás. Quiero decir, más insoportable en el régimen del discurso capitalista actual. Porque no debemos olvidar –cuando hablamos del sujeto postmoderno, cuando hablamos de las nuevas características de los sujetos que vienen a pedir un análisis– que los analistas pertenecen, al conjunto del discurso capitalista; y que caen de la misma manera, bajo la presión de los valores del discurso capitalista, y los valores del discurso capitalista... los conocemos: ¡Éxito en todo! Éxito profesional, amoroso, familiar, competitividad, lucha para mostrarse, lograr aparecer en las pantallas de televisión, en los medios; etcétera. Hay un empuje, un cierto sí mismo individualista. Y los analistas están bajo el mismo empuje, quizás eso explique un poco su propensión actual –que no existía hace 50 años atrás– a aparecer en todos los periódicos, la televisión y los medios para hacerse conocer fuera del ambiente del acto analítico. Me lo explico así, porque realmente no se ve bien el beneficio para el análisis, el beneficio para el discurso analítico de la publicidad mediática, incluso introduce confusión. Creo que el beneficio no es para el psicoanálisis. Me pregunto, al menos, que sería sin los analistas que intentan compensar un poco el rigor del acto analítico para soportarlo en un tiempo donde vivimos en un discurso sin trascendencia, es decir, un discurso que no promete nada que sobrepase los objetivos individuales. Un siglo atrás no era así. Un siglo atrás hubo grandes causas colectivas, se prometía la Revolución, se prometía el hombre nuevo. Bueno, al final... no fue un éxito pero las subjetividades eran llevadas por grandes esperanzas que sobrepasaban los intereses individuales, podemos pensar que era una gran ilusión quizás, pero sin embargo, la gran ilusión llevaba a los sujetos. Hubo otras épocas donde era la religión que llevaba a los sujetos con objetivos, perspectivas, no reducidas al sí mismo individual.

Ahora, el discurso analítico no puede más que llevar a cada uno a ocuparse lo mejor posible de sus cosas, como dicen los analizantes: “A cada uno sus cosas”.
Soportar el rigor del acto analítico en este ambiente del discurso, me parece, realmente bastante difícil, y entonces, cuando pienso en el porvenir del psicoanálisis, considero que no pasa por la amenaza de ver desaparecer los analizantes. Creo que la amenaza más grande sería ver desaparecer a los sujetos que quieren sostener el acto analítico tal como es: con su rigor en nuestro tiempo.
Y creo que si hay analistas, es decir si hay todavía sujetos que quieren, que aceptan esta predicación... analizantes habrá. Porque la transferencia tiene su razón fundamental en la estructura del lenguaje y en la existencia del analista.

Colette Soler,extraido del libro ¿ Qué se espera del análisis y del psiconalista?

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