EDITORIAL, por Gustavo Dessal
“Hoy se carece de referentes porque el sistema ha sido sustituido por otro que ha conculcado las certezas (…) La sociedad se ve y se trata como una red, y no como una estructura”, apunta Miguel Roig en su excelente ensayo "Belén Esteban y la fábrica de porcelana" (Península, 2010). ¿Podríamos sintetizarlo con este simple esquema?:
El eclipse de la función paterna daría como resultado un desplazamiento de la metáfora a la metonimia, que bien se corresponde con el paso de la estructura a la red, de lo sólido a lo líquido (como diría Bauman), de la fijeza a la movilidad, de la certeza a la incertidumbre. Eso también tiene sus consecuencias en el modo actual de salvar el impasse de los sexos, como lo ponen de manifiesto una buena parte de las contribuciones de este número. Pero antes, algunas informaciones de última hora:
A las 00 hs del 15 de octubre pasado, instante en el que vencía el plazo para solicitar el link del anuncio, esta redacción recibió el pedido de 15 mujeres... y 1 varón. Eso da como balance final del experimento, cuyos datos habremos de procesar diligentemente en los próximos meses, un total de 3 hombres y 21 mujeres. Aunque de momento las tesis definitivas de este ensayo no están desarrolladas, las cifras son elocuentes. La Ley de protección de datos nos impide revelar nombres, pero al menos honraremos al ganador absoluto, el varón que de inmediato recogió el guante de este lance, revelando su procedencia ciudadana: Valencia.
Sí, queridos colegas. No quisiéramos con esto herir las susceptibilidades de las restantes Comunidades Autónomas, pero la verdad ha hablado, y señala al “Hombre Valenciano” como lacaniano de pro, el hombre sin ambages, héroe posmoderno que, sin amedrentarse ante el ocaso del Padre, dando un click se arrojó a las turbias aguas del enigma. Hombre del Deseo Decidido, nuestro nuevo Perseo se enfrentó el primero a la Gorgona, y sobrevivió a la terrible visión de las 100 paracaidistas desnudas del anuncio (Para que se hagan una idea y se muerdan las uñas aquellos a lo que el pulso les tembló a la hora de solicitar el link). Gallardo, valiente y viril, este Hombre merece el título de “Participante Ilustre de las IX Jornadas”. Qué menos. Habrá de ser ahora el turno de nuestras colegas valencianas, de quienes esperamos una semblanza del VV (Varón Valenciano). De los otros dos varones finalistas, uno procede de Andalucía y el otro de Madrid. No haré comentarios sobre las Comunidades que no han tenido representación alguna. Las próximas Juntas Directivas tendrán que ocuparse de este problema. Habrá que empezar sabiendo si es síntoma, inhibición, o simple angustia.
¿Son conjugables los términos “amor” y “hombre”, o juntos conforman un oxímoron?, se pregunta Javier Garmendia. Esa pregunta lo llevará a oponer Lucrecio a Voltaire. Según el primero, nada remedia mejor los dolores del amor que el ejemplo de los animales, para quienes la relación sexual existe. El segundo, más sensible a la singularidad del parlêtre, prefiere el amor al bruto instinto. Un poema de Cortázar propone una salida de esta aporía: hay que leerlo para pensar cómo la condición perversa del deseo podría entrar en consonancia moebiana con el amor.
Y hablando de poetas, allí están los sonetos de Shakespeare, los más hermosos versos de amor que jamás se hayan escrito, según afirman los entendidos. Prueba de que el hombre no siempre es defectuoso en estas materias, como ya lo sabían en la Edad Media los trovadores del amor cortés. Que Shakespeare dedicara sus versos a un hombre, y que sus exegetas hayan visto en ello el signo de una homosexualidad manifiesta, no cambia el hecho de que del amor supiera incluso más que Diótima.
Pero, ¡ay!, no es tan sencillo, nos recuerda Ricardo Rubio. Para el varón, incluso la mujer amada no dejará de evocar el espectro fugaz del objeto perdido. Pertinacia de un fetichismo estructural que se mantiene constante ante las vicisitudes de la época, y al que tal vez esa misma época alimente más que nunca. Ellas, según nuestra teoría, no conocen eso. Sin embargo (lo dice Rosa Liguori comentando un libro de Manuel Fernández Blanco, de reciente aparición), cierto fetichismo parece despuntar también en algunas mujeres, que refutan la idea lacaniana de que “los no incautos yerran”. Ahora ellas piensan que ha llegado la hora de dejar de ser incautas del amor, y se identifican a los hombres en su separación del goce y la envoltura amorosa.
Hombres eran los de antes. Ahí tenemos al abuelo de nuestro compañero
Fernando Aduriz. Él (el abuelo, creo que Fernando no tiene esas inclinaciones) las habría matado a todas, como ese portero que Lacan evoca cuando vivía en la calle de la Pompe y que no dejaba una viva. En realidad el portero mataba ratas, pero para el caso es lo mismo: es el odio al ser del Otro lo que cuenta de esa historia, la de una virilidad que se impone a cuchilladas y martillazos. No es la misma que retrató Borges, aunque hiciera del cuchillo un símbolo fálico por excelencia. En sus cuentos, los verdaderos hombres sólo se matan entre sí, y no a las mujeres. Se matan, o se hacen matar, como la historia del hijo de Rudyard Kipling, magníficamente contada por nuestra compañera
Gloria Flores Ramírez, quien traduce para nosotros un poema del célebre escritor, y lo hace respetando la métrica y la rima. Para sacarse el sombrero, como se decía antes, en la época en que los hombres lo usaban. Por cierto, Gloria nos confiesa que “Desde que recibí la buena nueva de las Jornadas, pienso más en los hombres que en toda mi vida”. Esperemos que después también lo siga haciendo.
Ahora los hombres no son más que niños, sigue diciendo Rosa Liguori al hilo de su comentario sobre el libro de Fernández Blanco. Efecto de esa infantilización creciente que se apodera del mundo, y que llevó a Lacan a afirmar que ya no hay “personas mayores”. De hecho, los padres ahora tienen que ir a la escuela para que les enseñen un poco el oficio. Nos lo cuenta Lidia Ramírez en su experiencia con talleres de padres. Ya no queda ni un solo significante amo como Dios manda, por lo cual la autoridad paterna está de capa caída, y así les va a los pobres progenitores, biológicos o simbólicos o de alquiler, que para andar perdidos tanto más da una categoría que la otra.
Desde Guatemala, Lorena Greñas nos escribe para animar a Too mach!, y recomendarnos una visión comparativa de Father´s little dividend, la película que en 1951 protagonizaron Spencer Tracy y Elizabeth Taylor (puede verse enhttp://www.archive.org/details/FathersLittleDividend1951) y su remake en 1995: El padre de la novia. “Si entre el niño y el hombre está el padre, las cuatro décadas que separan las dos versiones de la película evidencian los efectos que ha tenido su caída, borrando las diferencias incluso entre las generaciones, pues en la versión reciente, madre e hija quedan embarazadas y tienen el bebé al mismo tiempo. Como esto, creo que habría mucho para pensar y discutir”, continúa Lorena.
Por otro lado, habrá que ver si realmente el goce masculino es tan simple como parece. Las caricaturas oponen el elemental conmuntador on-off del hombre, al complejo panel de instrumentos femenino. ¿Pero por qué no habría de existir también para él un más allá del pene, como sugiere Esperanza Molleda? Será cuestión de rastrearlo en la relación de varón con la “lalengua”. A lo mejor allí encontramos más de una sorpresa, lo cual no asegura tampoco una mayor felicidad, que a pesar de todas las novedades de este nuevo milenio sigue siendo fálica.
Es decir, más bien castrada.
***
AMOR DE HOMBRE, ¿UN OXÍMORON? LUCRECIO VS. VOLTAIRE, por Javier Garmendia
¿No será, acaso, el sintagma “amor de hombre” un oxímoron? Cuando se dice “amor de madre”, suponemos, lo cual evidentemente es mucho suponer, a todas las madres el mismo tipo de amor por sus hijos. Podemos hacer equivalente este “amor de hombre” y suponerle el mismo tipo de amor a todos los hombres por las mujeres. Tal vez sí, y entonces esta expresión nos arrastra a la versión freudiana del amor como repetición; el objeto de amor es siempre sustituto de un objeto fundamental. ¿No sería más interesante invertir el sintagma y hablar del hombre de amor, así como decimos hombre de honor, hombre con coraje, etc.? Con esta inversión no le suponemos al hombre el amor, como tampoco el honor o el coraje, más bien expresamos que algunos hombres pueden alcanzar el amor. Este “hombre del amor” nos aproxima más a la vertiente lacaniana del amor como invención.
Si además seguimos, por un momento, la lectura que J.-A. Miller hizo de la psicología de la vida amorosa freudiana, descubrimos a un “hombre de los lobos” que cada vez que encuentra a una mujer joven agachada limpiando el piso, se excita sexualmente con esta imagen e, inmediatamente, la elige como objeto. En el momento en que tropezó con el “amor de su vida”, el hombre de los lobos estaba en una situación que también respondía a esta condición. “Condición de amor”, que es tan sólo una formalización y un desplazamiento de la escena primaria. Así que tomó a Gruscha como un sustituto de la madre, como el primer sustituto de la madre. Como este carácter sustitutivo es constante, no es tan extraño que sospechemos de este amor de hombre. Cómo no dudar de las historias de amor, del estado de nuestro corazón en el enamoramiento, cómo saber que no nos estamos autoengañando.
Con este panorama, no es sorprendente que Lucrecio, hace ya más de veinte siglos, se adelantara al desconfiar del amor y quisiera convencernos de su naturaleza ilusoria, insistiendo, no obstante, en su basamento psicofisiológico. Para comenzar su razonamiento recurre a la misma vía regia freudiana, a los sueños. Nos da tres ejemplos de sueños que tienen su origen en apetitos corporales: 1) un hombre sediento sueña con un río o una fuente: en el sueño, el hombre engulle toda el agua; 2) una persona remilgada, sintiendo ganas de orinar, sueña que lo hace en un orinal cuando en realidad está mojándose a sí misma; 3) un adolescente sueña con una mujer hermosa y eyacula, manchando sus ropas. En los tres ejemplos, la visión se debe a unas necesidades corporales reales que provocan que la persona que sueña se fije en esos simulacros.
No desearían haberse dejado engañar por el sueño, nos advierte Lucrecio, aunque no esté tan claro en el caso del adolescente, sienten vergüenza por dejarse guiar por el simulacro. Sin embargo, insiste, estos mismos rasgos pueden estar presentes también en el estado de vigilia. Y todos ellos se encuentran presentes en la experiencia del amor erótico. Para Lucrecio este amor es, como canta el bolero, puro teatro, estudiado simulacro. Es la forma morbosa de interacción sexual, obsesivamente centrada en una persona, atormentada por una ansiedad que devora al amante, pasión que fluctúa en inseguro vagar (incertis erroribus), los amantes no saben ni a qué se dedican, no saben dónde fijar ojos y manos. Frente a esta forma morbosa, para los que evitan este tipo de amor existe una forma saludable y pura de placer sexual (pura voluptas), no echada a perder por estos sufrimientos, y que no excluye, aunque secundariamente, la amistad, el matrimonio o la reproducción.
Asistimos con Lucrecio a una especie de inversión del discurso de Pausanias en El Banquete. Allí teníamos dos Afroditas, la Celeste y la Vulgar, y el amor, como cualquier otra actividad, era bueno o malo según la forma de practicarlo. La Afrodita Vulgar representaba el amor físico (malo) y la Afrodita Celeste el amor espiritual (bueno).
Eternas disyunciones entre amor y sexo, eterno cortocircuito para el “amor de hombre”. ¿Qué podemos rescatar de Lucrecio, más allá de esta disyunción? Lo interesante de Lucrecio es que intenta sacar un clavo con otro clavo, como suele decirse para restañar las heridas de una ruptura amorosa, porque para esclarecer lo que el amor conlleva de ilusorio, para desenmascarar el simulacro, lo hace con otra ficción. Esta ficción se representa bajo la figura del amante humano natural, que frente al “no saber” de los amantes morbosos, sí sabe, “como los animales”, obtener el placer recíproco sin sufrimiento alguno de las partes. Es, en realidad, el impulsor de la gran ficción que se prolonga hasta el hombre contemporáneo: si a la relación sexual le restamos el amor, la hacemos existir.
El contrapunto nos lo da Voltaire en su Diccionario Filosófico, en la entrada “Amor”. También Voltaire recurre en primer lugar a lo físico; se trata del tejido de la naturaleza bordado por la imaginación. Para que nos hagamos una idea del amor, nos pide que observemos al orgulloso caballo que los criados conducen a la yegua tranquila que lo espera, y que echa su cola a un lado para recibirlo; y que veamos como sus ojos centellean, escuchemos sus relinchos, contemplemos esos saltos, esas zalemas, esas orejas tiesas, esa boca que se abre con pequeñas convulsiones, esas aletas que tiemblan, ese aliento inflamado que brota de ellas, esas crines que se levantan y que flotan, ese movimiento imperioso con el que él se lanza sobre el objeto que le ha sido destinado por la naturaleza. Al caballo de Voltaire no le es necesario encontrar a la yegua en una posición determinada o que le brille la nariz, en cada yegua descubre a su Gruscha.
Tras esta observación nos aconseja que no nos pongamos celosos, alguna razón vislumbrará para los celos, y pensemos en las ventajas de la especie humana que compensan con el amor todas las que la naturaleza ha dado a los animales: fuerza, belleza, ligereza, rapidez. Y a continuación, nos describe estas ventajas: la mayor parte de los animales no saborean el placer más que por un sólo sentido, y cuando satisfacen su apetito todo se apaga. Ningún animal, excepto nosotros, conoce los besos; todo nuestro cuerpo es sensible, nuestros labios, sobre todo, gozan de una voluptuosidad a la que nada cansa, y ese placer sólo pertenece a nuestra especie; finalmente podemos entregarnos al amor en cualquier tiempo, y los animales tienen el tiempo señalado.
Digámoslo rápidamente, Voltaire es más lacaniano, hay en él una revalorización del amor, un deseo y una voluptuosidad que el amor hace posible, sabe que la relación sexual no existe para la especie humana y que el amor viene precisamente a ocupar este lugar. Y sabe más, sabe también que restarle a la interacción sexual, el amor, no da un caballo, sino en el mejor de los casos, un bruto. No hay afroditas celestes y afroditas vulgares, hay en el amor, como diría Unamuno, “algo carnal hasta en el espíritu”. Carne y espíritu presentes en el poema de Cortázar “Lo que me gusta de tu cuerpo…” que rescata la boca y los labios de Voltaire, hasta llevarlos a la palabra:
Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo.
Lo que me gusta de tu sexo es la boca.
Lo que me gusta de tu boca es la lengua.
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.
Así, nuestro “hombre del amor” tendrá que acompañarse del “hombre de palabras”. Y al “hombre de hoy”, más le vale elegir a Voltaire frente a Lucrecio, hacer del amor un sinthoma. Y para ello, tal vez no sea necesario compararse con Dante, encontrar el a en la mirada de una mujer, dar a eso un nombre propio y construir alrededor una obra de lenguaje. A lo mejor es suficiente con no envidiar demasiado al caballo de Voltaire.
***
SOBRE LA REPETICIÓN COMO CONCEPTO FUNDAMENTAL DEL PSICOANÁLISIS DE MANUEL FERNÁNDEZ BLANCO, por Rosa Liguori
Este libro, que me acompañó durante el verano, que viajó conmigo y al que dediqué gustosa mi tiempo de ocio, no solamente aborda el concepto de repetición. Comienza con una Conferencia que se titula “El cuerpo asexuado”, y es lo que hoy me gustaría reseñar, ya que está en consonancia con el tema al que nos convoca lasIX Jornadas del la ELP, El hombre y sus semblantes.
La lógica masculina tiene sus perfiles: “se rige por el culto a la uniformidad” “sufre el horror de la excepción, a lo que se sale de lo previsto, a la particularidad” y por eso las instituciones como la Iglesia o el Ejército tienen estructura masculina “allí donde todo está establecido de antemano, allí donde la excepción adquiere el carácter de herejía o traición”.
La lógica femenina no se rige por el “para todo lo mismo”. Los sujetos en posición femenina -independiente de su sexo biológico- son contrarios a la uniformidad, en tanto que en esa lógica toda mujer es una excepción. En otras palabras: la prevalencia de lo particular (sustentada en la lógica femenina) frente a lo universal (que Lacan sustenta en el padre e identifica a la sexuación masculina), da lugar a una feminización social, como modelo en la cultura contemporánea, cuya consecuencia es una multiplicación de las formas particulares de goce.
La definición que da Lacan de la mujer como no-toda, que objeta a lo universal, es lo que está en la raíz de la problemática -tan mentada socialmente- de la igualdad entre los hombres y mujeres, y por más que en la sociedad se trate de buscar respuestas políticas de paridad o de igualdad entre hombres y mujeres (en la política, en las empresas, etc.), esto no alcanza para cifrar la diferencia de los sexos: es una imposibilidad estructural.
Cuando en el Seminario Aún Lacan establece la lógica de la diferencia sexual, sitúa del lado masculino el conjunto del “para todos los hombres”, conjunto cerrado, “recurriendo a la excepción que fundaría el conjunto, al Uno de la excepción”.
Nos dice Manuel Fernández Blanco: “La lógica de la excepción es la lógica edípica que funda la castración universal en la excepción mítica del padre de Tótem y Tabú, único que no tendría limitado su goce”. Y agrega: “pero hay un mas allá del Edipo, (…) las mujeres además de participar en la lógica edípica están en el más acá y en el más allá del Edipo. En el más acá, porque siempre persiste en su organización pulsional la demanda oral dirigida a la madre, que nunca la amó lo suficiente. En el más allá, por que la mujer no-toda está en la función fálica”, “lo que no permite construir el conjunto de todas las mujeres bajo la lógica del universal”…”las mujeres no son reducibles a un conjunto, son una por una, son particulares, objetan la uniformidad, no hay un modelo de mujer”. (3)
Sosteniendo que la estructura de la sexuación femenina es proclive a lo particular, en oposición a lo universal que sostiene la categoría de la función del padre y que Lacan identifica con la sexuación masculina, parecería que se coloca como modelo en la cultura una “suerte de feminización de lo social” (Portillo), cuya consecuencia es la multiplicación de formas particulares de goce.
Como dice R. Portillo, “la multiplicación ha borrado las categorías tradicionales masculino-femenino, generando fuertes repercusiones a nivel de la clínica estructural habitualmente atendida por el psicoanalista. (…) en la actualidad el psicoanalista se confronta con patologías más regresivas, es decir, más relativas a lo real que a lo simbólico, síntomas que no comportan ningún mensaje dirigido al Otro. Síntomas silenciosos que no guardan relación alguna con las formas sexuadas conocidas. Se trata de síntomas que presentifican formas asexuadas de goce”. (4)
Esta feminización de lo social la encontramos en la paradoja entre universal y globalización: “podemos pensar que la globalización es universal, pero no es así”, la globalización sólo es universal imaginariamente, en el “todos somos consumidores de iguales productos”, sin embargo los efectos y las consecuencias que promueve son los de un individualismo extremo que se asienta en la lógica del no-todo.
Manuel Fernández Blanco se apoya en las tesis de Jacques-Alain Miller en “Intuiciones milanesas” (5), donde equipara la globalización al no-todo, en tanto que la sociedad en la era de la globalización “ha dejado de vivir en el reino del padre”. La promoción de los valores femeninos en la sociedad hacen su aparición en el espectáculo del mundo, lo cual tienen efectos positivos como la promoción de la escucha, la política de la proximidad, pero también otros efectos como el declive de la virilidad.
Entramos en dos apartados, “Diferencia sexual y modos de goce” y “Una perspectiva: la pérdida de relevancia de las diferencias sexuales”. Aquí nos encontramos con un tema que está cercano a nuestro próximo encuentro: “las nuevas modalidades de la relación con el partenaire sexual, vistas desde la perspectiva masculina”.
Recordemos cuáles son tradicionalmente las posiciones masculinas y femeninas ante el amor y el goce sexual.
Respecto a los hombres, pueden separar el amor del goce sexual, esa separación misma es su condición de goce, por eso Lacan dice que la elección masculina está dentro de la lógica fetichista, en tanto no le interesa todo el otro, sino que recorta una parte del cuerpo del otro para obtener su satisfacción sexual.
La mujer acepta ocupar ese lugar de objeto de goce para el hombre a condición de obtener un signo de amor. La dificultad para ella es que cuando no obtiene ese signo, esa relación la puede llevar al estrago, como dice Lacan en Televisión: “no hay límites a las concesiones que una mujer puede hacer por un hombre, de su cuerpo, de su alma, de sus bienes…sino es por el signo de amor”. El signo de amor constituye para la mujer su goce. Y Manuel Fernández Blanco nos dice: “si el hombre se interesa en la ropa interior femenina, la mujer se interesa en las palabras y los signos de amor, en ser la elegida”.
Estas son las posiciones femeninas y masculinas tradicionales ante el amor y el goce. Pero esta distinción ha comenzado a borrarse.
Sin duda, es la posición de la mujer la que ha cambiado en la cultura. Actualmente, es bastante común escuchar en las mujeres una separación entre el goce y el amor, versión más masculina, en tanto que está imbuida en esa metonimia del objeto intercambiable, y no a la metonimia de los objetos y rasgos de la feminidad que la niña ha tomado de la madre.
Escuchamos que hay una cierta anorexia respecto al amor en las mujeres. Una especie de depreciación del amor, incluso están advertidas de no enamorarse y -al modo masculino- mantienen una máxima tensión entre el amor y el deseo. Hay un semblante reivindicativo, desafiante de la mujer que, bajo el modo de “si ellos lo hacen, ¿por qué no nosotras?”, rebaja su vida amorosa y las pone en riesgo de relaciones estragantes para ella. Es una partida para ser autónoma del otro del amor, de cuidarse de no caer en el enamoramiento –con cierto rasgo de desconfianza en el hombre– lo que la conduce a las mayores dificultades para hacer pareja, a la vez que descalifica al hombre, lo torna impotente.
Es cierto que esto las lleva también a problematizar su maternidad, y son las que más han pedido a la ciencia un hijo. Cómo se fabrica un hijo no como un don, sino como un objeto. Y es curioso que la mujer pase de pedirle a la ciencia la autonomía para quedar o no embarazada, y le dan los anticonceptivos, y 50 años después la tenemos pidiéndole que le haga un hijo sin intervención del hombre.
En cuanto al hombre, nos dice Manuel Fernández Blanco que hay una infantilización creciente del varón. Lo toma ya en el apartado de la “Las consecuencias en la clínica” y en su artículo en la Voz de Galicia titulado “Porque las siguen matando?”(6) donde dice: “Asistimos a una infantilización generalizada de la sociedad, y tal vez del hombre en particular. Es difícil encontrar a un adulto de verdad, como padre, como pareja, como persona que se responsabilice de su vida. Esta dependencia conlleva un auge de las patologías más regresivas, relacionadas con las adicciones en general y la dependencia.
La dependencia se acentúa en las relaciones de pareja y se manifiesta de forma extrema en la imposibilidad de aceptar perder a esa persona.” “La infantilización del varón en particular y de los adultos en general es un hecho, es difícil encontrar un adulto de verdad hoy en día…”
Y hay una reflexión que se hace sobre esto: “el declive de la función paterna lleva aparejada también una infantilización creciente del varón” (7)
Citando a Jacques- Alain Miller en ”Intuiciones milanesas”:
“La clínica contemporánea a la cual nos enfrentamos desde hace años, bascula hacia el lado del no-todo. Esta clínica del no-todo es aquella en la que florecen las patologías centradas en la relación con la madre, o bien centradas en el narcisismo y que, cuando se disponía de la jerarquía anterior, correspondían al registro edípico, pero ahora de algún modo se han independizado” (9)
Patologías regresivas –las toxicomanías, la anorexia– de “poco padre”, que Manuel Fernández Blanco liga a la dificultad del destete, donde la operación de separación solo se puede efectuar en lo real al no apoyarse en lo simbólico del padre como mediador: son patologías relacionadas con el superyo materno sin mediación. Son patologías del acto, donde las nuevas formas de goce se relacionan con el declive de la función paterna y no pasan por el orden fálico.
La toxicomanía y la anorexia son patologías de la dependencia que dejan al sujeto desnudo con los estragos de no poder aceptar el destete.
Hemos trabajado mucho sobre anorexia y toxicomanías, pero Manuel Fernández Blanco da un paso más y pone en serie con las patologías del acto el feminicidio, y he de decir que me parece una de las tesis más novedosas sobre el tema.
En su artículo “¿Porque las siguen matando?” y en este libro, Manuel Fernández Blanco hace partir esta patología del feminicidio, -que ya es como una epidemia al menos en España, aproximadamente 57 mujeres asesinadas en lo que va de año 2010-, de las posiciones del hombre y de la mujer frente al amor y al goce del que hemos hablado hace un momento.
En “¿Porque las siguen matando?” nos dice: “El lugar de la mujer ha variado en las sociedades occidentales, y este cambio no ha ido en paralelo de cambios sustanciales en el varón. (…). Las mujeres están utilizando más la sexualidad como elemento de construcción de su identidad. La mujer ha sido más capaz de combinar sexualidad y placer con la vida pública, y para el hombre es más difícil separar placer y responsabilidades.
Hombres y mujeres padecen de diferentes tipos de dependencia. La dependencia de la mujer está más relacionada con la espera de un signo de amor de su pareja, lo que en ocasiones la aboca a situaciones de maltrato: le hace creer las palabras de amor y de arrepentimiento o interpretar que los celos son signos de interés. Cuando una mujer se instala en una posición de amor permanentemente decepcionada, siempre espera que en la siguiente ocasión sea diferente. Esto tiene que ver siempre con su historia infantil, con sus vínculos de amor y dependencia más primarios.
La dependencia se acentúa en las relaciones de pareja y se manifiesta de forma extrema en la imposibilidad de aceptar perder a esa persona. Para estos hombres-niño, la pérdida o el abandono resultan insoportables. Por eso, en un porcentaje muy significativo de casos, al asesinato de la mujer le sigue el suicidio o el intento de suicidio del agresor como la expresión de la dependencia infantil más radical. Estos hombres no pueden vivir sin ellas en el sentido literal, porque una vez destruida esa persona ya no tienen con qué sostenerse en la vida.
Frente a esta realidad, las necesarias medidas de apoyo a las víctimas y de prevención de la violencia de género encuentran sus límites. Los programas y protocolos generales no toman en cuenta que detrás de cada mujer maltratada hay una historia, al igual que detrás de cada hombre maltratador. Las respuestas estandarizadas condenan a menudo a la cronificación porque, sin abordar la particularidad de cada historia de maltrato, no es posible salir de la repetición.
También Mercedes de Francisco, en su artículo “Una perspectiva diferente sobre la violencia de género” (10) concluye: “Es el hombre el que más teme perder, pues su interés es mantener lo que “tiene”. El hombre vive en tensión por perder dinero, poder, prestigio, potencia…, etc. Para la mujer, lo valorizado es el don de amor, para ella la pérdida de amor es lo amenazante.”
Y estas son algunas de las reflexiones que esta conferencia nos aporta para trabajar nuestro tema Los hombres y sus semblantes, en nuestras próximas Jornadas de la ELP.
Bibliografía
(1) Manuel Fernández Blanco La repetición como concepto fundamental del Psicoanálisis, , Ed. Capiton- Seminarios Clínicos 4 Seminario dictado por el Centro de Investigación y Docencia en Psicoanálisis, adscrita a la Asociación Caraqueña de Psicoanálisis (NEL) dictado en el primer semestre del año 2009.
(2) Tres preguntas a Manuel Fernández Blanco al hilo de la conversación del ICF, El amor en la neurosis
(3) La repetición como concepto fundamental del Psicoanálisis, Pág. 19
(4) Op citada, Ronald Portillo, prologo Pág. 6
(5) Jacques- Alain Miller, “Intuiciones Milanesas”, articulo aparecido en Cuadernos de Psicoanálisis Nº 29
(6) “Porque las siguen matando?” Manuel Fernández Blanco, publicado en el periódico Voz de Galicia
(7) La repetición como concepto fundamental del Psicoanálisis, Pág. 31
(8) Op citada, Pág. 24
(9) Jacques- Alain Miller, “Intuiciones Milanesas II”, en Cuadernos de Psicoanálisis Nº 29,Pág.43
(10) Mercedes de Francisco, “Una perspectiva diferente sobre la violencia de género”, aparecido en el Blog de la ELP
***
DE CÓMO EL FETICHE HACE DE OBSTÁCULO AL AMOR, por Ricardo Rubio
Una de las dificultades de los hombres en los asuntos del amor, tiene que ver con la dificultad de pasar del universal al singular. Se vive en el fantasma como un S1 universalizante, ignorándose como sujeto en relación a un objeto: S barrado losange “a”. Su adherencia a los semblantes de niño o de padre, le dificultan el acceso al semblante de un hombre para una mujer, un niño perdido para una niña perdida, un sujeto tachado que acompaña a otro sujeto tachado cuya vocación, por parte del sujeto femenino, me refiero, apunta también al A tachado, al goce de la palabra de amor y no solo al objeto de su fantasma.
Podría decirse, que los remiendos desde el goce fálico, ponen en aprietos a los hombres en el amor.
Cuando una mujer se desubica de su posición de objeto “a”, en el fantasma de un hombre, para exigir de él una respuesta del lado del A tachado, del lado de la palabra de amor, puede ocurrir que este hombre, en su intento de reparación por el fantasma, por el empuje fantasmatico para restituir la relación desde el goce fálico y la no respuesta de esta mujer como “a”, induzca al goce fálico de este hombre al encuentro en el propio cuerpo del objeto “a”, lo que le sumerge en el goce auto erótico exacerbado y autista; en tanto el recorrido de la pulsión no encuentra en el cuerpo del Otro sexo el objeto de su satisfacción.
Si tomamos el párrafo de J.-A. Miller con el que finaliza su capítulo “Una repartición sexual” de su curso “El partenaire–síntoma”: “Entonces decimos el amor, pero el amor del lado izquierdo aparece siempre como un suplemento de “a2”, llegado el caso, como un semblante que vela “a”; mientras el amor del lado derecho tiene totalmente otro valor. El amor del lado mujer es, en verdad, un componente del objeto erotómano mismo”. Entendemos con esto que: mientras el amor del lado masculino no es más que un semblante que vela “a”, el goce de “a” al modo fetichista, lo que conlleva tomar el cuerpo de una mujer como mudo, sin palabras, del lado femenino, el que su objeto hable, es consustancial al propio objeto.
Creo que pueden ubicarse ahí algunas problemáticas en el amor que hacen que una mujer pueda ser un síntoma para un hombre, en tanto al no responder a la palabra de amor, e intentar solucionar el problema del lado del fantasma y del objeto en su modo fetichista, la no respuesta del lado mujer como fetiche, ocasiona que el significante que no toma forma como carta de amor para el Otro, produzca ciertos paroxismos de goce en el propio cuerpo, donde la pulsión encontrará el objeto para el goce autista; en tanto el significante que sostiene al sujeto en el fantasma, toma forma de un S1 sin objeto y que apunta al cuerpo por no encontrar una significación en el Otro. Paroxismo que puede tomar distintas formas, como veremos en las dos viñetas clínicas que voy a comentar.
Caso 1: Ellas me riñen
Un varón, acude a la consulta en un estado bastante eufórico y compulsivo en sus maneras, se queja de que ese suele ser su estado habitual. Desde hace bastantes meses, recurre a la masturbación como único modo de sexualidad. No le apetece hacer el amor con su pareja, porque ella se pasa todo el tiempo riñéndole.
En el relato de la vida de este hombre, aparece la evidencia de que todas las parejas con las que ha estado, le riñen.
Para cortar el estado compulsivo de este paciente, decido hacerle tres puntualizaciones que hagan de corte al excesivo goce fantasmático.
“¿Que hace usted para que todas las mujeres le riñan?”
“¿Se ha dado cuenta de que la alteración del cuerpo que describe, es similar a lo que acontece al cuerpo cuando se tiene un orgasmo?, sudoración, taquicardia.
“¿Quién es esa mujer que le reñía siempre?”
Después de un momento de perplejidad, que corta de golpe el estado compulsivo del paciente, responde con sorpresa a la última pregunta. “Es la mujer con la que me crié, tengo una imagen de la que no me he olvidado nunca, se trata de ella persiguiéndome con la zapatilla, riñéndome y pegándome y yo riéndome, tendría 4 ó 5 años.
Su propia respuesta a la pregunta, ha abierto para el paciente un cierto deseo de saber sobre, cómo aquello de la infancia puede haberle afectado en su relación con las mujeres.
Ha encontrado un modo de frenarse cuando se inicia una discusión con su mujer, ha inventado lo siguiente: se dice a si mismo “deja de hacerte pajas con eso” y se calma.
Evidentemente queda mucho recorrido, pero quizás el poco de saber sobre su goce que vaya arrancando, le permitirá esbozar algo de la carta de amor en relación a su mujer.
Caso 2: “No consigo correrme”
Se trata de un hombre que plantea como síntoma la incapacidad de llegar al orgasmo desde hace más de un año. Cuando dejó de tener relaciones con su mujer, empezó a masturbarse con películas porno que veía en el ordenador, poco a poco fue recorriendo en el ordenador todo tipo de fantasías, pero estas se agotaron y empezó a serle imposible llegar al orgasmo.
Aunque en el relato se apreciaba el movimiento de la sexualidad masculina, en el sentido de la exacerbación del fantasma cuando falla la relación amorosa, había en el caso un punto de exceso, como si el propio fantasma tuviera una labilidad particular. Tanto el autismo tan excesivo de este sujeto, como la falta de represión en la expresión pública de su sexualidad, me levantaron una cierta alerta.
Al indagar en su vida personal, aparece que se trata de un niño abandonado por su padre y cuya madre lo dejó en instituciones de enseñanza, interno desde muy pequeño.
La sintomatología apareció hace cinco años, momento que coincide con la muerte de un hombre de la familia de su mujer, al que quería mucho y estaba muy unido.
Sólo cuando el analista relacionó lo que le estaba ocurriendo con la muerte de este hombre, el paciente apareció como vivo en la entrevista, el relato de todo lo demás parecía que no iba con el. Concluyó que seguiría viniendo si se enfocaba el tema desde esa óptica.
En el primer caso, puede esperarse que la pacificación fantasmática y el trabajo de desidentificación, puedan orientar a este sujeto en un amor más digno en relación con su partenaire y puede esperarse que, como dice J.A. Miller en su curso “El partenaire-síntoma: “Un psicoanálisis realice sobre el poema subjetivo una especie de análisis textual cuyo efecto sea extraer primero el elemento patético para despejar el elemento lógico”, podría decirse que algo del goce condescienda al deseo. El segundo caso, apunta a que tendremos que vérnoslas con un goce deslocalizado, por la ausencia de “a” como objeto extraído y por tanto condensador de goce. Habrá que apuntar por el lado de que el amor de transferencia, pueda reconstruir para el paciente algo que ocupe el lugar del nombre del padre que fue para este sujeto, el hombre muerto.
Los síntomas con los que se presentan, tienen lecturas distintas; si el primero presenta periodos de impotencia, con los avatares del falo, el segundo construye una anorgasmia, que le permite una apertura a gozar como una mujer, sin el tope del falo.
***
“¿UN PADRE NUEVO?”, por Lidia Ramírez
Es la expresión que usa una madre para explicar por qué ha decidido participar en un “taller de padres”. Las interrogaciones las he añadido yo con el fin de participar en el debate suscitado a raíz de las IX Jornadas de la ELP, en relación a “¿Nuevas modalidades de la paternidad?”, que está también planteado entre interrogantes, a mi entender de manera acertada.
Efectivamente, más allá de lo que se refiere a esta madre, ¿podemos pensar hoy que se trata de un padre nuevo?
Desde mi punto de vista, algunas cosas han cambiado. Hace unos años un padre no tenía ningún reparo en decir que “los hijos son cosa de las madres”, en este momento los padres acuden a “escuelas de padres” para aprender. Esto sin duda tiene que tener consecuencias.
Llamamos “taller de padres” a un espacio que ofrecemos a los padres no para instruirlos sino para modelar con ellos un objeto, producir un cierto saber, que les permita responder de una manera particular a la pregunta: ¿qué es un padre? Aunque estos espacios no estén pensados como escuelas, los padres suelen acudir a ellos para aprender. Siempre están más concurridos por madres que por padres, pero suelen acercarse a ellos hombres traídos por sus mujeres que se presentan como “padre no biológico”, o como “otro padre”, o como “un padre nuevo” o como “un compañero”, o como “padre democrático”, son nombres que ellos se dan.
Si bien no se trata de dividir a los padres entre los biológicos y los que no lo son, a veces he pensado que este enunciado “no biológico” lleva a los padres a ir un poco más lejos de las cuestiones que habitualmente se presentan: obediencia-rebeldía, respeto-falta de respeto, límites, castigos etc. Muchos padres están preocupados por “ganarse la autoridad” de sus hijos y sólo uno pregunta “si los hijos pueden prescindir de los padres”. De entrada podría parecer una pregunta irresponsable, sin embargo preferimos tomarla en serio y responder con otra: ¿qué espera la sociedad de los padres?
Hay dos fenómenos en lo social que tocan de una forma novedosa la cuestión de la paternidad. Por una parte, la ciencia concentrada en la reproducción empuja en una dirección en la que hace pensar que el hombre puede ser reducido a su condición de fértil: la fórmula “donante anónimo” es un ejemplo bien claro; por otra parte, el ascenso y el soporte que en el campo de lo social se concede a las llamadas “familias monoparentales”, compuestas en su gran mayoría por madres con sus hijos, lleva a pensar que se puede prescindir del padre. Además la consigna que hay para los padres desde algunos planes directores, es la “recuperación de sus capacidades”.
Una de las preguntas que dejamos siempre abierta en estos “talleres” es la que hace referencia a la función paterna. Nos recordaba Cristina Califano hace unos días, haciendo referencia a E. Laurent, que la función paterna no está garantizada de entrada, se trate de la familia que se trate, y que es una función que se ha de “constituir”.
En el El País Semanaldel 3 de octubre hay un interesante artículo de Javier Cercas en la que habla de tres hombres célebres: Arthur Miller, Kenzaburo Oé y Kafka, y de las respuestas que dieron a la paternidad.
Creo que hay algo novedoso en la época en que vivimos, en la que el rechazo a la subjetividad afecta también a los padres. A los padres se les pide que impongan normas, y así los padres quieren saber la lista de las normas que convienen. A los padres se les dice que la infancia se puede “enlatar” en una serie de pautas iguales para todos los padres y para todos los hijos, y entonces los padres quieren pautas; quieren “aprender a gestionar sus emociones” para enseñarles dicha gestión a sus hijos. Sin embargo, esto no es así para todos los padres. Hay hombres para los que en este asunto de los padres se trata de ir más allá de la tan traída y llevada autoridad, y buscan entre los enunciados dados, los sociales, los de los otros padres, los que pueden leer en su historia, cómo constituir una enunciación desde la que acceder a su propia “condición de padre”. Creo que esto no es tan nuevo.
***
“¡ALGO HABRÁ HECHO!”, por Fernando Martín Aduriz
Mi abuelo hablaba poco. “¿Para qué?”, decía, “ya está tu abuela que habla por ella y por mí”. Pero cuando hablaba, eso se recordaba meses. Como esa frase que aún recordamos sus nietos y que hoy hasta me sirve de título a este breve escrito para nuestras próximas Jornadas: ¡Algo habrá hecho! Fue su expresión, de la que no le sacamos media palabra después, refiriéndose a la muerte a martillazos de una mujer a manos de su marido. Contaré la escena: la abuela lee en voz alta la noticia del periódico mientras los nietos jugamos a las cartas con el abuelo. “Muere a manos de su marido quien la golpea hasta matarla con un martillo”, exclama sobrecogida mi abuela. Silencio total. Hasta que mi abuelo suelta la frase de marras. Frase, que luego he escuchado a otros hombres, con distintas declinaciones, en mi consulta de psicoanalista.
La expresión de mi abuelo pertenece a los años sesenta del siglo pasado. Desconozco si las cifras de entonces eran tan escandalosas como las de ahora, pero lo que es seguro es que décadas de democracia y de leyes y apoyo social posterior no van a ser suficientes mientras existan hombres, -no sólo enfermos en la estructura que conocemos que no permite la más leve oscilación de la distancia imaginaria con su partenaire femenino o que sean fieles a sus certezas de Otro malvado-, sino hombres aferrados a la lógica del tener e incapaces de aceptar la disarmonía entre los sexos.
Esta lógica del tener atraviesa varios de los textos de la Bibliografía Razonada de las IX Jornadas que se dedicaran a los hombres y sus semblantes. Como sabemos se sitúa del lado masculino por oposición a la lógica del ser, volcada en el lado femenino. Lados que recorren hombres y mujeres por igual, y pertrechados de su ocasional semblante.
Al pedido de hombres, en el libro “Mujeres, una por una”, formulado por Gustavo Dessal, y hombres que podrían acudir raudos en alguna esquina, podríamos relacionar un texto borgiano, que de seguro recordará.
Es uno de mis ‘borges’ preferidos. Se trata de ‘Hombre de la esquina rosada’. A esa esquina acuden los personajes borgianos pintados bajo el lápiz de la virilidad masculina llevada en cortocircuito y sin ambages a sus extremos más navajeros. Allí La Lujanera, personaje femenino, mucha hembra, va buscando ‘el hombre’ y parece que a ella le permite desarrollar su alteridad, pivotando de uno a otro al cual más viril, si la virilidad la entendemos como allí se dice, “mucho hombre”, porque es capaz de dar matarile con prontitud, o de morir ‘como un hombre’. Allí, El Corralero, busca “un hombre” al que quiere encontrar, “pa’ que me enseñe a mí, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista”. Ante la ausencia de enfrentamiento, por la cobardía de Rosendo, la Lujanera exclamará: “Déjalo a ese, que nos hizo creer que era un hombre”. Toda una versión del ser hombre que ha machacado a generaciones de sujetos masculinos incapaces de responder a ese ideal para desesperación de susviriles padres. Pero convendría advertir que virilidad no es violencia.
Lacan contempla este punto de manera brillante en el cuarto libro de la psicología amorosa y que completa los tres anteriores de Freud al decir de Miller, esto es, en “La significación del falo”. Allí señala la función de nudo del complejo de castración para regular la forma en que se instala en el sujeto esa posición inconsciente que va a permitir responder sin vicisitudes a las necesidades de su partenaire sexual.
Pues bien, ahí encajan las palabras de mi abuelo. Cuando el sujeto masculino pertrechado de sus disfraces, de su máscara de virilidad, de su semblante, ha de responder a lo que es demandado desde el lado femenino, allí es donde no siempre está preparado para responder sin vicisitudes. Y es donde la expresión del sujeto masculino en nuestras consultas es muy similar a la de mi abuelo. No pasan al acto, pero en su fantasía anida responder con vicisitudes:
1.Un sujeto harto de escuchar el lamento quejoso de su partenaire, exclama: ¡A veces la mataría!
2. Otro, que vive un impasse: ¡Ahora entiendo a los que toman la calle de en medio!
3. Otro, capitidisminuido por la afrenta permanente a su impotencia en tareas varias afirma-pregunta: “¡Usted cree que esto lo puede tolerar un hombre que se viste por los pies!”
El recurso a la violencia criminal es trabajado por José A. Naranjo en su “Notas sobre la violencia doméstica”. Indaga en esa problemática actual respecto a los casos de violencia de género, cuando acababa de salir la ley española. Toma varias vertientes y referencia el capítulo final del seminario sobre La Transferencia “El analista y su duelo”. Se pregunta Naranjo por qué en las referencias de crónicas sobre violencia doméstica –y hoy, octubre de 2010 es muy actual, cuando se acaban de igualar en España las cifras de muertes violentas de todo el año 2009-, por qué en los comentarios periodísticos no se hablan de sexo, es decir, de deseo y de goce. Deseo: para estos hombres se recupera el deseo vía violencia, recuerda a Lacan, “lo sexual sólo puede reintroducirse de un modo violento”, y la frecuencia con que Lacan habla de significantes como eliminación, pues sujetos identificados al resto desechable, se encaminan tras el acto criminal a su propia desaparición, su autoeliminación.
Goce: el acto criminal buscaría lo que oculta la división, lo que supone el núcleo de goce en el partenaire, al que se le destriparía cual niño al estropicio del juguete para ‘ver qué tiene dentro’. Lacan en ese capítulo, afirma que “forzar a un ser... más allá de la vida no está al alcance de todo el mundo”, Naranjo explicará que para llevar las cosas a ese punto extremo, para querer saber el núcleo de goce del otro, se requiere antes haber llegado a saber el núcleo del propio goce. El neurótico retrocede cuando se trata de franquear un límite en donde la propia imagen es la que se fragmenta al romper la imagen del otro. No está a su alcance, para forzar, se precisa más el estatuto de la perversión, la estructura sádica mantenida en el tiempo, o ejecutar con precisión un pasaje al acto con resultado de muerte.
Cuando he tratado a victimas de la violencia masculina he recordado siempre la expresión de mi abuelo y me he preguntado qué es lo que tiene que hacer una mujer para hacerse acreedora del acto violento por parte de su partenaire masculino, ganarse ese aplastamiento. Una mujer me señaló el momento en que empezó el mal trato, las vejaciones, la humillación y la violencia sin más, y para su sorpresa absoluta, sin un atisbo para ella antes de ese día: la noche de bodas. Momento absoluto en que para otra mujer se iba a detectar la ausencia de virilidad de su macho. Momento también de impotencia masculina para un sujeto, tras la legalización, la sanción simbólica de su relación de dos.
Naranjo señala algo sobre la responsabilidad, pues, dice, si moral y penalmente corresponde al hombre criminal, del lado de la mujer correspondería el no estar advertida de “con quien vive o convive”. ¿Algo habrá hecho? La respuesta de Naranjo: no estar advertida: “Es conveniente saber que cuando se pisa la cola de la serpiente, es esperable el retorno en forma de mordedura”, y finaliza: “No tomar nota de esta mínima medida de prudencia lleva a algunas mujeres a precipitar lo que se convierte en su destino mortal”.
Un apunte, no poco conocido, pero que conviene recordar: llama la atención que los hombres de las sociedades más avanzadas, con mejor puntuación en los exámenes académicos, mejor instruidos en el deber ser kantiano, más conocedores de lo que ha de hacer un hombre civilizado para respetar a una mujer, sean precisamente las sociedades nórdicas, a la cabeza en violencia criminal contra las mujeres, países de donde viene el gran best seller de Larsson, ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’.
Por último, una cita de Miller procedente de la Bibliografía para estas Jornadas, de su Curso del 26 de noviembre de 2008: “(…) congruente con la verdad fundamental del psicoanálisis, que la armonía nunca está prometida para el ser hablante, que la enfermedad le es intrínseca, que esta enfermedad se llama la forclusión, la forclusión de la mujer, que implica que no hay relación sexual.”
Atestigua, pues, para un hombre, una mujer, que la relación sexual no existe, que el agujero permanece aún cuando la espose.
Bibliografía:
Borges, J. L., ‘Hombre de la esquina rosada’, en Historia universal de la infamia, Biblioteca Borges-Alianza, Madrid, 1997.
Lacan, J., “La significación del falo”, (1958) Escritos 2, Siglo XXI, Madrid, 1985.
Lacan, J., “El analista y su duelo”, (28-6-1961) en Seminario VIII La Transferencia, Paidós, Barcelona, 2003.
Miller, J-A., Lógicas de la vida amorosa, Manantial, Buenos Aires, l989.
Miller, J.-A., Curso Cosas de finura en psicoanálisis (clase del 26-ll-2008).
Naranjo, J. A., “Notas sobre la violencia doméstica” (pp 39-47), en Razón del psicoanálisis, RBA, Barcelona, 2006.
***
LOS GOCES MASCULINOS Y SUS SOMBRAS, por Esperanza Molleda
El tema de estas Jornadas “Los hombres y sus semblantes” es una invitación a volver enigmática la masculinidad. En la presentación de las Jornadas se abre la pregunta acerca de si el binario falo-castración y la sintonía del goce masculino con el significante-amo permite pensar la sexuación masculina desde “la sencillez de lo Uno”. Lo cierto es que, tanto la observación de la vida sexual y amorosa de los varones como la práctica clínica y los testimonios del pase de los analizantes hombres, en modo alguno permiten afirmar que la relación del sexo masculino con el goce sea mucho más sencilla que la de las mujeres.
En la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Lacan habla de la relación del psicoanalista con el saber que se le supone y nos recuerda la recomendación insistente de Freud de abordar cada caso, cada cuestión nueva como si no supiéramos nada. El tema de estas jornadas incita a volver a pensar lo masculino desde el no saber, sin acomodarse en lo ya descifrado hasta ahora por la teoría psicoanalítica.
Dos indicaciones de Lacan en este texto orientan al psicoanalista en su posición de ignorancia. Por un lado, esta disposición a pensar desde cero no autoriza al analista a contentarse con saber que no sabe nada, porque, dice Lacan, “lo que está en juego es lo que tiene que saber”. Y, por otro lado, Lacan señala la necesaria presencia del deseo, del deseo del analista, para que lo no-sabido llegue a adquirir cierta consistencia en el marco del saber. De la mano de estas dos orientaciones nos podemos distanciar de la identidad entre masculinidad y goce fálico para ahondar en el desconocimiento acerca de los hombres y su relación con el goce abriendo intencionadamente este campo a la pluralidad y a lo umbroso.
En el punto de partida encontramos a Freud que afirma taxativamente en su artículo sobre el fetichismo: “Probablemente ningún ser humano del sexo masculino pueda eludir el terrorífico impacto de la amenaza de castración al contemplar los genitales femeninos”. El par falo-castración y la lógica perversa del fetiche usado para poder repudiar la castración están en el inicio de la relación del varón con el goce, pero 45 años después, Lacan en el Seminario 20 hace una puntualización fundamental: en el varón neurótico no se trata de la perversión, se trata del sueño con la perversión. Sueño necesario para que el neurótico pueda alcanzar a su pareja, afirma Lacan, pero que a nosotros nos lleva a hacernos preguntas ¿qué acontecimientos de deseo y de goce en la vigilia producen este sueño? ¿Qué relación con el deseo y el goce aparece cuando el varón neurótico despierta del “sueño perverso”? En la confrontación del varón con la castración, con lo femenino, con las declinaciones del goce no exclusivamente fálico que la lógica del fantasma no logra tapar por completo aparecen otras maneras de gozar del varón: en la relación éxtima con el propio fantasma perverso, en la relación con el partenaire síntoma, en la relación con lalengua, en la relación con el propio cuerpo más allá del pene. En este punto el goce se vuelve misterioso para el varón y el análisis le ofrece la posibilidad de explorarlo.
Referencias
1 LACAN, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista en la Escuela” en COTET, S. et al. Momentos cruciales de la experiencia analítica, Buenos Aries, Manantial, 1987, p. 14.
2 FREUD, S., “El fetichismo” en Obras Completas, vol. XXI, Santiago Rueda editor, Buenos Aires, 1955, p. 241.
3 LACAN, J., Seminario 20: Aún, Ediciones Paidos, Buenos Aires, 2008, p. 105.
***
IF, por Gloria Flores Ramírez
Desde que recibí la buena nueva de las Jornadas, pienso más en los hombres que en toda mi vida. A pesar de ser una de tantas mujeres, jamás me quitó el sueño pensar en un "hombre". Es evidente que el inconsciente trabaja mirando a una Meca que es Madrid, en este caso. Y entonces recordé un poema de Rudyard Kipling titulado "If" (y de ahí la película del mismo título). El poema nunca ha sido santo de mi devoción, pero podemos releerlo y reflexionar en el supuesto devenir hombre de los que primero son niños y después adolescentes. Y, repito, en el supuesto devenir hombre. Lo he traducido del inglés, y queda como sigue:
"IF" (Si)
Si puedes mantener intacta tu firmeza
cuando todos vacilan a tu alrededor
Si cuando todos dudan, te fías de tu valor
y, al mismo tiempo, sabes exaltar su flaqueza
Si sabes esperar y a tu afán poner la brida
o siendo blanco de mentiras esgrimir la VERDAD
o siendo odiado, al odio no le das cabida
y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad
Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey
Si piensas y el pensar no mengua tus ardores
Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley
y los tratas a ambos como a dos impostores.
Si puedes soportar que tu frase sincera
sea trampa de necios en boca de malvados
o mirar hecha trizas tu adorada quimera
y volver a forjarla con útiles mellados.
Si todas tus ganancias, poniendo en un montón,
las arriesgas, osado, en un golpe de azar
y las pierdes, y luego con bravo corazón,
sin hablar de tus pérdidas, vuelves a comenzar.
Si puedes mantener en la ruda pelea
alerta el pensamiento y el músculo tirante
para emplearlo cuando en ti todo flaquea
menos la voluntad que te dice adelante.
Si entre la turba das a la virtud abrigo
Si no pueden herirte ni amigo ni enemigo
Si marchando con reyes del orgullo has triunfado
Si eres bueno con todos pero no demasiado
Y si puedes llenar el preciso minuto
en sesenta segundos de un esfuerzo supremo
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita
y lo que es más SERÁS UN HOMBRE, hijo mío...
Busqué el poema en diversas webs para comprobar los comentarios que siempre se suelen realizar sobre cualquier escrito, y encontré opiniones muy curiosas. Hay una que dice: "(...) me encanta la descripción de cómo debe ser un hombre en su virtud y acciones. Creo que deberíamos tomarlo de referencia no sólo como hombre del género masculino, sino como género taxonómico de la humanidad, hombre y mujer en su integridad...". En otra: "Pocos meses después de escribir este poema, de intención bélica, el hijo de Kipling, de 18 años, que se sintió interpelado por este poema, se enroló como voluntario en la Primera Guerra Mundial; miope e inexperto, murió a las pocas semanas en Artois. Kipling se pasaría el resto de su vida buscando el cuerpo de su hijo". Y esta: "Me recuerda a otro de un coche con la voz y el texto de Cortázar; "cuando alguien te regala un reloj, en realidad...". Pero bueno, al fin y al cabo, gracias al anuncio se ha publicado el post de Kipling, lo he leído y he aprendido qué hacer para ser un hombre, y además ya sé qué gasolina es la mejor para el coche".
Como estas "rates", hay bastantes en la Red. Suelen ser jóvenes los que escriben, los que se supone devendrán hombres.
Fuente: http://www.blogelp.com/index.php/2010/10/21/too_mach_conclusiones_ideas_y_problemas_3
No hay comentarios:
Publicar un comentario