viernes, 27 de mayo de 2011

“Torturas de tercer grado”

Durante mucho tiempo, distintas voces advirtieron que el terror que cundió en la sociedad durante la dictadura no era una simple consecuencia de la represión, destinada a aniquilar a quienes se opusieran al proceso de reorganización económico-política de la nación. Se decía que el terror en sí mismo había sido planificado. Estas inferencias hallaron amplia corroboración al hallarse un documento del Ejército en el que se establecieron las acciones psicológicas a implementar para producir el terror en la población; su sola lectura provoca una gran impresión.

El hallazgo del documento –cuya existencia fue revelada por Página/12 el 26 de julio de 2009, en nota firmada por Adriana Meyer– fue resultado de la búsqueda efectuada por los abogados David Baigún y Alberto Pedroncini. Se trata del Reglamento del Ejército RC-5-1, denominado Operaciones psicológicas. El ítem Nº 2004, llamado “Método de la acción compulsiva”, dice: “El método de la acción compulsiva será toda acción que tienda a motivar conductas y actitudes por apelaciones instintivas. Actuará sobre el instinto de conservación y demás tendencias básicas del hombre (lo inconsciente). La presión insta por acción compulsiva apelando casi siempre al factor miedo. La presión psicológica engendra angustia: la angustia masiva y generalizada podrá derivar en terror, y eso basta para tener al público (blanco) a merced de cualquier influencia posterior. La fuerza implicará la coacción y hasta la violencia mental. Por lo general este método será impulsado, acompañado y secundado por esfuerzos físicos o materiales de la misma tendencia. En él la fuerza y el vigor reemplazarán a los instrumentos de la razón. La técnica de los hechos físicos y los medios ocultos de acción psicológica transitarán por este método de la acción compulsiva”.

El resumen final del Reglamento divide los medios previstos y autorizados de acción psicológica en tres campos: 1) naturales; 2) técnicos; 3) ocultos. Entre los medios “ocultos” incluye: “Compulsión física, torturas de tercer grado”; “Compulsión psíquica”, clasificada a su vez en: “1) Anónimos, amenaza, chantajes. 2) Seguimiento físico, persecución telefónica. 3) Secuestros, calumnias. 4) Terrorismo, desmanes, sabotaje. 5) Toxicomanía (incluye alcoholismo, drogas y gases incapacitadores psicológicos). 6) Lavado de cerebro”.

Para señalar los efectos de este plan, analizaré brevemente algunas frases de ese entonces. Todos recordamos la tristemente célebre “Por algo habrá sido”. La vincularé con otra frase, la de un prisionero que a su regreso describe lo acontecido en el campo de detención y tortura: “¡Es un infierno! ¡Gritos terribles todo el tiempo!”.

“¡Es un infierno!” alude a lo horroroso y parece corresponder a un primer nivel de representación del hecho traumático. “Por algo habrá sido” se presenta, en cambio, como un enunciado más complejo en el que interviene claramente una instancia moral, superyoica, que alude a un castigo merecido. Sin embargo, “¡Es un infierno...!”, en su intento de significar lo traumático apela a una vía religiosa, la que indica que son los pecadores quienes van al infierno como castigo, y de ese modo nos introduce en los imperativos morales. Inadvertidamente, el prisionero queda situado en el ámbito destinado a los pecadores. Podemos incluir una tercera frase, la proferida por los torturadores en los campos de concentración: “¡Somos Dios! ¡Somos los dueños de la vida y de la muerte!”: se redobla la entronización del poder absoluto al que se está sometido.

Diversos autores insisten acerca de la imposibilidad de representar lo traumático. Dentro de ese imposible, que estaría “más allá” de lo imaginable y simbolizable, se ha incluido, prototípicamente, el horror de la Shoah, el genocidio perpetrado contra los judíos. De este horror se afirma en forma absoluta que escaparía a la significación. Considero que esta idea, en su radicalidad, forma parte de mecanismos de desmentida, de renegación de lo percibido y pensado. La representación del horror es posible pero, por diversos motivos, se desconoce lo efectivamente representado o pasible de ser representado, constituyendo un no querer saber. La vivencia de terror es uno de los motivos para no querer saber, y el terror puede ser construido. Lo sucedido en la Argentina durante el terrorismo de Estado nos muestra que el terror no ha sido un simple epifenómeno del genocidio cometido por la dictadura militar; por el contrario, ha sido planeado cuidadosamente.

Vamos viendo que, a través de frases como las referidas, los torturadores recreaban un poder absoluto; hubo quienes idearon el Reglamento del Ejército RC-5-1, de “Operaciones psicológicas”; hubo quienes asesoraron profesionalmente sobre las cuestiones psíquicas, incluida la noción de inconsciente; hubo quienes en el seno de la sociedad se plegaron al discurso del poder y en esta situación se ubicó la víctima.

Una concepción del trauma como “irrepresentable”, al hacer hincapié en lo cuantitativo, en el monto de conmoción sufrida, corre el riesgo de ser oclusiva y consagrar el hecho traumático que, así declarado impensable, deviene incuestionable: esto implica el no cuestionamiento del poder que, en sus distintas significaciones, lo constituye.

El poder que diseñó las “operaciones psicológicas” extiende a través del tiempo su omnipotencia y logra su cometido de “tener al público a merced de cualquier influencia posterior”, como dice el Reglamento. Su poder anonadante podría así continuar legitimado por las disciplinas que, en el seno de la sociedad y la cultura, preconizan la supuesta imposibilidad de representar, de simbolizar, es decir, de pensar el horror. En una conjunción del poder alienante social y de las representaciones idealizadas y omnipotentes del psiquismo individual, se entroniza un gran hipnotizador que ordena qué debe ser visto o no visto, pensado o no pensado.

Perdura en este estado de cosas un espíritu religioso y sus absolutos. Si en los momentos del horror las víctimas han sentido que estaban en el infierno, como suele constatarse en los testimonios, sostener luego que esas experiencias vividas son intransferibles, del orden de lo inefable, crea una mística de la inaccesibilidad que perpetúa los hechos traumáticos y obstaculiza la posibilidad de generar procesos de simbolización, de elaboración en profundidad de lo vivido, lo cual impide el efecto liberador concomitante. Del mismo modo, el entorno social, del que se necesita receptividad y acompañamiento para la elaboración del trauma, puede llegar a ausentarse en nombre de un respeto reverencial frente a lo supuestamente innombrable.

En Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, el historiador del arte y filósofo Georges Didi-Huberman analiza las fotos tomadas por un prisionero de Auschwitz. Se trataba de un miembro del Sonderkomando, el grupo de prisioneros obligados a manipular los muertos en el campo de exterminio. El prisionero tomó cuatro fotos, con una cámara introducida por la Resistencia polaca. Dos de ellas, tomadas desde el interior de la cámara de gas, muestran a través de una ventana los cadáveres amontonados y, por detrás, el humo de las fosas en que están siendo incinerados los cuerpos; miembros del Sonderkomando, vigilados por guardias de la SS, realizan su tarea entre los cadáveres. Las otras dos fotos han captado el momento en que un grupo de mujeres desnudas son conducidas hacia la cámara de gas. Didi-Huberman señala que el considerado núcleo irrepresentable del genocidio, el gaseado de los prisioneros e incineración de sus cuerpos, es justamente lo que ha sido representado en las imágenes fotográficas. Y esa representación es producto de un acto político: el prisionero, al decidirse a correr un gran riesgo, con la conmoción emocional que se trasunta en las fotografías mismas, ha tomado la decisión política de enfrentar al poder nazi en su prohibición de mostrar el exterminio.

Poder y muerte

El develamiento de la muerte en su relación con el poder tiene un interesante antecedente en la historia de la representación. Carlo Guinzburg se refiere a la representatio medieval: en los funerales reales, muerto el rey, se imponía pasearlo ante los súbditos para una despedida final; pero el estado de descomposición del cuerpo debía quedar oculto, ya que su exposición pública conllevaría el deterioro del poder real; para ello se construía un féretro cuya tapa era una efigie de madera que lo representaba. Se daba a ver este cuerpo del rey y se ocultaba el otro, el cuerpo en descomposición. La visión del cuerpo del rey muerto hubiera sido posible, sólo que contrariaba los designios de perpetuación del poder. Podemos pensar que en la concepción de la imposibilidad de representar ha intervenido, y sigue interviniendo, una necesidad de soslayar la muerte, que, en su vinculación con el poder, se connota como prohibición.

Didi-Huberman insiste en que no trata de erigir esas imágenes arrancadas al silenciamiento como totales, absolutas, lo cual sería replicar la actitud de un poder que se proclama total. Pero son indudablemente imágenes, representaciones del hecho traumático que se suponía irrepresentable. Pilar Calveiro, en Poder y desaparición, advierte que la voluntad de ese poder concentracionario, que se quiere total, tiene resquicios, como esos que crean los prisioneros al mirar a través de las vendas de sus ojos. En este mirar hay una determinación de ver que se resiste a otorgar al Poder un plus, el de la atribución de poder; concederle este plus conllevaría imponerse a sí mismos una limitación más en la posibilidad de saber y poder. Ya Antonio Gramsci precisó que la empresa de dominación alcanza su máximo logro cuando, además de las medidas coercitivas, consigue que los dominados hagan suyo el pensamiento hegemónico.

La creación de totalidades por el poder simbólico de cada época puede ser estudiada y fechada. Así lo hace Freud respecto de la religión –esa gran producción simbólica– cuando, en Moisés y el monoteísmo, incluye la organización política entre las causas que originaron el monoteísmo en Egipto: la concepción de un único Dios se entiende en el marco de la consolidación del imperio egipcio durante la dinastía decimooctava; a un emperador absoluto le corresponde un Dios todopoderoso.

Llegado el siglo XVIII, han sido entronizados el Hombre y sus Derechos. Sin embargo, aún subsisten poderes encubiertos por la proclama “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. La sumisión a esos poderes puede adoptar diversas formas, entre ellas el culto de los absolutos y la prohibición de revelarlos.

Somos hablados por concepciones que influyen en nuestro modo de pensar, que han sido construidas en determinados momentos históricos y que están sujetas a diversas determinaciones. Tenerlo presente puede ponernos en mejores condiciones para revisar saberes que adquieren la connotación de lo consagrado. En el tema que nos ocupa, la afirmación de que representar el trauma es un imposible nos recuerda las prohibiciones religiosas de nombrar a Dios o de representarlo en imágenes.

* Psicoanalista; cátedra de Salud y Derechos Humanos, Facultad de Medicina, UBA; Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA). Extractado de un trabajo presentado en las II Jornadas sobre Experiencias Latinoamericanas de Derechos Humanos “El terrorismo de Estado. Apuntes sobre su historia y sus consecuencias”, organizadas por el IEM (Instituto Espacio para la Memoria), en octubre de 2010.

“¡Ya no hay hombres!”


El autor diferencia entre el amor “moderno” y el “posmoderno”: el primero “ofrecía la mujer-madre, pasiva y sin deseo sexual, y el hombre-de-familia como sostén indiscutido”; el amor posmoderno despega “madre” de “mujer”; ésta “orienta su vida privada desde el deseo sexual” y “los hombres posmodernos deben responder a nuevas exigencias, entre ellas la de soportar el enunciado ‘Ya no hay hombres’”.

Por Ernesto S. Sinatra *

Una queja (o un lamento) elevado en ocasiones como grito de guerra, caracteriza a las mujeres en los tiempos actuales: “¡Ya no hay hombres!”. Son representadas por él un número apreciable de mujeres heterosexuales que tienen crecientes dificultades para conseguir, sobre todo de un modo permanente, hombres: ya sea para la ocasión, pero especialmente en matrimonio o en concubinato. Sus razones, atendibles, sostienen que, como decía recientemente una analizante, “hombres, lo que se dice hombres de verdad, no se consiguen fácilmente”. Esta dificultad va más allá de diferencias de clase social, ya que es usual encontrar a mujeres pobres encabezando familias monoparentales, por el frecuente abandono de los hombres de sus obligaciones laborales y de manutención de sus mujeres e hijos.

El amor moderno, el freudiano, poseía una precisa representación del hombre y de la mujer que se ha transformado notablemente en el amor posmoderno, lacaniano. El primero ofrecía un estereotipo de la mujer-madre como objeto de amor, pasiva y sin deseo sexual, y del hombre-de-familia como el sostén indiscutido del núcleo familiar; mientras que el amor posmoderno, al despegar “madre” de “mujer”, caracteriza a ésta por su actividad, por el privilegio del trabajo sobre el hogar, por la orientación de su vida privada desde el deseo sexual; en tanto que los hombres “posmodernos” no solo deben enfrentar las consecuencias del avance sociojurídico de las mujeres, sino que deben responder a sus nuevas exigencias, entre ellas la de soportar el enunciado “Ya no hay hombres” y responder con lo que supuestamente tienen.

Los hombres son empujados por las mujeres a dar una respuesta cash, pues ya no alcanza con vanagloriarse de los oropeles masculinos ligados a la sacrosanta medida del falo, sino que, cada día más, son conducidos a demostrar con cada mujer lo que saben hacer “como hombres”.

Verificamos rápidamente las consecuencias para ambos sexos de afrontar el redoblamiento de la apuesta: el surgimiento de nuevos síntomas. En el horizonte masculino surge la devaluación del Don Juan, para muchas mujeres ya una especie en extinción. Es que el modelo donjuanesco requiere de un objeto complementario que ha caído en desuso: el objeto femenino pasivo, sin deseo sexual, sólo despertado por el gran seductor “contra su voluntad”. Don Juan se extingue como figura actual. Surgen entonces las mujeres “que tienen” de verdad; especialmente en ciudades industriales de países desarrollados, pero también en sectores acomodados de países subdesarrollados.

Fuertes y seguras, estas mujeres demuestran que efectivamente pueden tener bienes y lucirlos; ellas son exitosas en sus profesiones, autónomas, seguras de sí y partidarias del sexo sin ataduras ni compromisos estables con hombres. Estas mujeres –con frecuencia divorciadas o aun solteras– padecen síntomas que hasta ayer les eran reservados a los hombres: estrés laboral, fobias diversas localizadas en el temor a la pérdida de objetos: de este modo ellas participan de la angustia del propietario.

En este contexto, no debería sorprendernos la proliferación de manuales de autoayuda. Uno de ellos, escrito por una mujer, ha propuesto para las mujeres normas para “saber-vivir”: se trata de Barbara De Angelis en su libro Los secretos de los hombres que toda mujer debería saber (ed. Grijalbo), donde les propone a “ellas” reglas para obtener éxito con “ellos”. Se trata de un catálogo de seis normas, que expongo a continuación:

1 “Cuando trate de impresionar a un hombre que me gusta hablando tanto acerca de mí misma que no le pregunte a él nada, dejaré de hacerlo y me limitaré a preguntarme si él me conviene.” En el inicio se sitúa el goce del bla-bla-bla del lado femenino, ahora presentado como mascarada-carnada. De él se aprecia que es un obstáculo para el pensamiento equilibrado en las mujeres respecto de su deseo. La tradicional posición femenina del hacerse amar encuentra en esta norma su traducción por el goce narcisista de la lengua como un impedimento para asegurar el lazo con el hombre considerado más conveniente.

2 “Le expresaré mis sentimientos negativos tan pronto como sea consciente de ellos antes de que se consoliden, aunque esto implique hacerle daño.” Nuevamente, se trata de un llamado a la razón femenina a partir de su función discriminatoria, esta vez para decidir lo que hay que decir y cuándo hacerlo: cada mujer debería estar advertida de sus sentimientos para diferenciar los positivos de los negativos y comunicarlos al partenaire –o candidato– en el momento oportuno.

3 “Trabajaré en cuidar mi relación con mi ex esposo cuidando de no considerarme como dañada, y no hablaré de él como si yo fuese la víctima y él fuese el verdugo.” Se introduce aquí una cuestión delicada: la relación de una mujer con su ex. Es notable la toma de posición decidida de la autora: rechaza asumir la posición “natural” de víctima (como suele hacer cierto feminismo débil), y la empuja a confrontarse con su responsabilidad.

4 “Cuando mis sentimientos sean dañinos le diré a mi compañero de pareja qué es lo que estoy sintiendo antes que lloriquear o hacer muecas pretendiendo que no me preocupo o actuando como una niña pequeña.” Esta proposición constituye un mixto entre la segunda y la tercera regla, y agrega el rechazo del comportamiento infantil del llanto, al que caracteriza como típica respuesta femenina.

5 “Cuando me vea llenando vacíos, áreas muertas en la relación, me detendré y me preguntaré si mi compañero de pareja me ha dado últimamente mucho a mí; si no lo ha hecho, le pediré lo que necesito, en lugar de hacer las cosas mejor yo.” Esta regla busca, nuevamente, apelar a la razón femenina para localizar esta vez lo que el partenaire no da y exigírselo, si correspondiere. Esta norma parece recusar la salida femenina del reemplazo del hombre por ella misma, es decir, parece contrariar el recurso de las “nuevas patronas” (ver más abajo).

6 “Cuando me veo a mí misma dando un consejo que no se me ha pedido o tratando a mi compañero como a un niño, dejaré de hacerlo; tomaré aliento y permitiré que se dé cuenta de qué está fuera de su alcance, a no ser que me pida ayuda.” Esta última norma comenta un uso habitual del partenaire masculino en el lazo erótico, frecuente causa de estragos (pero, es preciso agregar, no menos causa de matrimonios): aconseja a cada mujer dejar de situarse como madre cuando el hombre se sitúa como niño.

Cada una de estas normas advierte a las mujeres de algunos de sus síntomas más frecuentes; cada una de ellas gira en torno de la ocasión propicia para responder al partenaire. Pero aquí encontramos la primera dificultad, porque, como se sabe, a la ocasión no sólo la pintan calva sino, también, mujer; y ya que –curiosamente– estas normas no dicen nada acerca de cómo arreglárselas con la otra mujer. Es bien sabido que, cuando una mujer depende de otra para cierto fin, suele haber problemas: Jacques Lacan habló del “estrago” materno para situar la densidad emocional que caracteriza a la relación madre-hija, la que contaminará los futuros encuentros de la hija-mujer con las otras mujeres.

Otra dificultad es que estas reglas son racionales, atinadas, pero –en el mismo punto en el que fracasa todo manual de autoayuda– también suelen ser inservibles. Más allá de esto, en estas normas una mujer toma partido y advierte a otras mujeres, posmodernas, acerca del riesgo de caer en la victimización o en la identificación con la madre, características referibles a la mujer moderna: pasiva y melindrosa, o activa sólo en su función maternal (sobre hijo o marido, da igual).

La patrona

La búsqueda principal para una mujer, en sus encuentros con los hombres –más allá de la satisfacción en sus encuentros sexuales y en la maternidad– la constituye el lograr ser amada por un hombre, llegar a capturar a uno que la ame especialmente a ella, encontrarse con aquel que la distinga con su deseo como una, singular, entre todas las otras mujeres. Cabe observar que, actualmente, este procedimiento suele ser realizado por ellas a repetición, es decir, que el cumplimiento de este rasgo requiere una búsqueda realizada con sucesivos hombres y cuyas condiciones de éxito sólo pueden ser analizadas en cada mujer, singularmente.

Para los hombres, en cambio, la bipartición entre el amor y el goce parece haberlos empujado a una suerte de “infidelidad estructural”. Se constituye entonces el problema masculino en estos términos: cómo podría arreglárselas un hombre con una sola mujer, cómo elegir a una y situarla en el lugar de causa de su deseo. Algunos hombres, a los que podríamos denominar neuróticos “tradicionales”, suelen llamar a sus esposas “la patrona”. La patrona, designación con la que denuncian su elección conforme al tipo de la mujer-madre, organiza sus vidas. Si bien algunos de estos hombres pueden conservar el rasgo de infidelidad “social” y gozar con otras mujeres –sea con amantes ocasionales o estables, o por renta part-time de servicios sexuales–, ¿qué sucede sexualmente con la patrona?

No podría decirse –al menos no en muchos casos– que esos hombres no quieran a su patrona, mujer única para ellos; pero, ¿cómo gozar de la patrona en la cama? Ya que se sabe, desde Freud, que para gozar de una mujer en el acto sexual un hombre debe faltarle el respeto. Esto se refiere a la idealización de una mujer: si una mujer está “allí arriba”, no puede compartir el lecho “aquí abajo”. Imaginemos a un hombre –estoy pensando en una dificultad narrada por un sujeto obsesivo– que, en el preciso momento de penetrar a su esposa, se encontró viendo a la madre... de sus hijos. ¿Cómo podría poseerla “de verdad”, si su libido se halla adherida al objeto incestuoso y toda su vida ha girado en torno de su dedicación a esa madre, mientras secretamente se consagraba –aunque no menos en la actualidad– a ejercicios masturbatorios?

Y ahora desde la perspectiva de “la patrona”, ¿qué sucede cuando ella se ubica complaciente y decididamente en su puesto de mando, aunque haga de ese lugar el último baluarte de una sempiterna queja? Una mujer, cuando se trata de obtener goce sexual en el encuentro con un hombre, deberá dejarse tomar como objeto causa de deseo, es decir, prestarse a ese goce que él obtiene con su fantasma, y por ese medio extraer ella Otro goce que excederá no solo a él, sino, y especialmente, a ella misma. La patrona de la que hablamos no parece estar dispuesta a esos deslices libidinales, ya que su satisfacción está puesta en otro lugar: “fabricar a su hombre” (ver más abajo), llámese “maternidad”.

Nueva patrona

Las mujeres de hoy ya no necesitan el palo de amasar de la patrona-ama-de-casa como emblema del poder fálico (y quizá tampoco requieran tanto como antes de sus hijos, al menos no de los hijos concebidos con sus maridos). Con las transformaciones del mercado capitalista se ha modificado el equilibrio de fuerzas entre hombres y mujeres. La justa apropiación por parte de las mujeres de sectores ligados tradicionalmente con la esfera pública ha introducido cuantiosos matices en la guerra entre los sexos. Un nuevo tipo femenino no oculta su predilección por el sexo ocasional. Decididas en el encuentro sexual, suelen quejarse de que los hombres se intimidan cuando ellas los encaran dejando ver las llaves de su departamento o de su auto. Ese gesto puede constituir una mostración de la impotencia masculina (“Ahora yo lo tengo y vos no”) y resultar para un hombre un castigo aún más doloroso que el inocente palo de amasar de antaño. Venganza femenina/humillación masculina. Sin embargo, un hombre, confrontado con ese señuelo, no tendría por qué sentirse intimidado: sólo la magnitud de su indexación fálica habrá determinado esa respuesta. Una mujer en el diván, enojada consigo misma, se quejaba por cómo había tratado a un hombre que la atraía especialmente. Luego del momento inicial de mutua seducción, y ya en el umbral de un encuentro sexual, ella le preguntó si había traído preservativos. A su respuesta “Traje algunos, ¿y vos?”, ella no tuvo mejor idea que decirle: “¡Bueno, bueno, cuánta fe que nos tenemos!”. La respuesta de él no se hizo esperar: impotencia sexual.

Del lado de estas mujeres se ha producido una inversión dialéctica en su posición discursiva: han dejado de sentirse “mujeres-objeto” para procurarse “hombres-objeto”. Como otra de ellas me enfatizaba en una entrevista: “Yo, como muchas de mis amigas, no estamos dispuestas a tener un hombre al lado durante mucho tiempo. Al tiempo se vuelven insoportables y hay que pedirles que se vayan”.

En una primera entrevista, otra mujer –ejecutiva, famosa, reconocida socialmente– hablaba de los hombres igual que ciertos hombres hablan de las mujeres. Un rasgo de su padre, que comentó al pasar, era la sustancia identificatoria de la que se alimentaba: ella era en el mundo de los negocios –éstas fueron sus palabras– “un hombre más”, y obtenía su éxito empresarial en el mismo rubro en el que su padre había fracasado. Efectivamente se había transformado en un hombre más, y no le hizo falta ninguna prótesis peneana para serlo; tampoco era homosexual; era una mujer perfectamente neurótica.

Este tipo de mujeres hacen el hombre a su manera: no son las que tienen (ni quieren) un marido a quien hacer existir como el hombre que ellas pretenderían ser; ellas no moldean a “su” hombre a su imagen y semejanza. Para ellas el reemplazo es directo y sin mediación: son ellas quienes lo borran del mapa y se colocan en su lugar. Este tipo de mujer “posmoderna” constituye un envés de aquella otra, “moderna”, que, encerrada en su familia, se había dedicado a fabricar a su hombre: vistiéndolo, mandándolo al trabajo (y a la vida), con una caricatura de docilidad que la encuentra pasiva, callada y siempre plegada al deseo masculino.

De esta nueva posición, el testimonio light lo constituyen los clubes de mujeres solas –o casadas pero reunidas solas para la ocasión– presenciando stripteases masculinos, ululando con cada trozo de los cuerpos exhibidos y peleándose ritualmente, de un modo fetichista, para conseguir el slip ofrecido. Esta práctica se ha transformado en un hábito aceptado socialmente; a veces, aunque no siempre, con el único requisito de que las mujeres casadas vuelvan después a sus casas.

Se deduce que la división amor-goce pareciera ya no funcionar exclusivamente del lado de los hombres, a partir de que el simulacro fálico ha tomado legitimidad jurídico-social para las mujeres. Pero quedan aún por determinar las variaciones singulares que se producen, no sólo en la esfera pública, a partir del justo reconocimiento de la paridad legal entre ambos sexos, sino especialmente en el campo del goce sexual, ya que en éste no existe la justicia distributiva.

* Texto extractado de ¡Por fin hombres al fin! (ed. Grama).

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viernes, 6 de mayo de 2011

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Llego el inevitable momento de poner en letras todo eso que me falto decir, con suerte una catarsis metonímica de emociones callejeras que confluyen en la imagen irrepresentable de que ya no estas.
Compartimos; aunque ninguno de los dos lo dijo alguna vez; la fantasía de trascender al tiempo como en la foto que eternifica lo que ella se plasma. Congelar, frenar, detener el tiempo o por lo menos mantenerlo en esa ilusión de papel.
Tantos momentos, rostros, objetos que cobijar y el maldito tiempo que a toda velocidad siempre se quiere escapar. -Subimos las ISOS y la Velocidad Fito. -Dale dale sacale -decias... y penar un instante por esa foto que se nos escapo y seguir disparando este bicho raro que colgamos del cuello.
Y sin la cámara de por medio, hablamos de fotos, de salvar la fotografía ( la antigua, contemporánea, y las futuras fotos ) de hacer una muestra, un viaje en tu auto nuevo.... de las anécdotas que no me cansaba de escuchar y el chiste de los judíos que me contaste 300 veces y ahora no me lo puedo acordar.
Y ahora que no se nuble el “objetivo” ya que nos toco la misma pasión que permanece inmutable en todas tus fotos porque hay que poner el alma de uno en la imagen del otro y esa es una forma de trascender y ser un poco inmortal … aunque sea por un instante. -Me la compro? -Si Fito comprala que va a aumentar...
Se me impregnaron tanto tus palabras que lo que mas extraño de vos es justamente eso en el registro de tu voz …
Fue un destello , una obduración ,un flash, el clap sonoro de la ultima foto y todo eso de lo que siempre hablamos, rehablamos y sigo hablando con vos , peliando con vos. -Cuanto fumas vos? -Un atado- Tenes que dejar pendejo, que edad tenes? - Voy a cumplir 30 - Yo deje a los 30
Y estoy sin sueño que no me puedo dormir que fui me compre una linterna y unas estrellitas para pintar con luz porque es imposible perder el tiempo y el sueño si el dueño es la pasión que es el amor en el deseo de hacer con una cámara lo que un pintor con un pincel.
Y decir que te extraño redunda así que digo … me siento solo
Mi deseo
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